En el menú de hoy… ¡Oro comestible!
Un manjar digno de reyes…
Generalmente, cuando pensamos en oro en la comida imaginamos un anillo sorpresa de compromiso, cuidadosamente ubicado en un plato especial en una cena romántica; pero lo cierto es que últimamente, el uso del oro va mucho más allá y cada vez son más frecuentes los postres o platos en los que el metal precioso figura entre la lista de ingredientes.
En ellos, la presentación a usar por lo general son las hojas de oro, muy finas láminas, y también en delicado polvo.
No hay un límite de cuánto oro es seguro ingerir, ya que se trata de un metal inerte sin efectos secundarios que en 24 horas abandona el organismo. Por supuesto, la idea de usar el oro es sorprender y no llenar. De hecho, aunque hoy parezca una moda extravagante, el uso de oro en la mesa para la realeza era algo conocido. En el siglo XV, los alquimistas pensaban que el oro tenía atributos medicinales y, quienes lo podían costear, podían comer dulces cubiertos de oro, convencidos de que les ayudaba a la salud del corazón.
Durante el reinado de la reina Elizabeth, en los banquetes se acostumbraba espolvorear un poco de oro sobre bandejas de frutas. Por su parte, los japoneses han agregado oro comestible a alimentos y al sake desde hace siglos.
Y… ¿Cómo se produce?
El proceso comienza con la fundición de las pepitas de oro, que deben tener un mínimo de quilates. Después de fundirse, se forma un lingote, que más tarde, y mediante su paso por rodillos, se convertirá en una fina lámina.
Después, las delgadas láminas se ponen encima de una superficie plástica. Luego se van colocando unas encima de otras hasta tener 1000 láminas y se baten varias veces para disminuir su espesor.
En el último paso, las láminas se cortan y bien se empaquetan o bien se trituran hasta convertirse en polvo o copos para su uso en la cocina.
El oro es totalmente inocuo para el organismo, por lo que no tiene efecto negativo su ingesta.
Y tú, ¿Te atreverías?