El 29% de los dueños de un smartphone le dedican al dispositivo la primera y la última mirada del día. Quizás estos individuos cambien la tendencia tras los últimos descubrimientos que aseguran que esta tecnología acelera el envejecimiento.
José Miguel Rodríguez, director de Geosanix, empresa de salud ambiental especialista en detectar y minimizar la llamada contaminación invisible o electromagnética, explica que “se ha demostrado que, si no pasamos al menos una o dos horas desconectados del ordenador, la tablet o el móvil antes de ir a dormir, se alteran los ritmos circadianos al disminuir los niveles de melatonina en sangre, lo que provoca un mal descanso”. Esto empeora cuando nos enteramos que tener un déficit de melatonima provoca una paulatina aceleración del envejecimiento.
Un estudio publicado por la universidad de Wayne en Estados Unidos demostró que la radiación emitida por dispositivos móviles provoca dolor de cabeza e interrupción del sueño. Cuando dejamos el móvil cargando en la mesilla de noche mientras dormimos «se crea un campo electromagnético alrededor del aparato cuyas ondas pueden llegar hasta nuestra cabeza y alterar nuestro descanso. Si esto se hace de manera continuada se pueden sufrir cefaleas, bajan nuestras defensas, se está más nerviosa, etc.”, explica Rodríguez.
“Está demostrado que una exposición prolongada a redes wifi y en general a todos los aparatos que emiten campos electromagnéticos crean una red a nuestro alrededor que aumenta el estrés oxidativo. Esto sin duda tiene un impacto en la piel al acelerar el proceso del envejecimiento. La piel se vuelve más opaca, menos tersa”, continuó el director de Geosanix.
La solución a estas consecuencias es fácil. «Si tienes wifi en tu dormitorio, apágalo cuando vayas a dormir, porque se crea un campo electromagnético que te impedirá un buen descanso. En general, apagar el router cuando no se está usando es una buena medida de higiene ambiental: no tenemos por qué exponernos todo el día a campos electromagnéticos innecesarios”, añadió Rodríguez. .
