Los disfraces que no te debes poner en Halloween
En poco más de 24 horas, las calles de nuestra ciudad se llenarán de zombis, brujas, caras ensangrentadas y todo lo que dé la originalidad de los individuos. Esta tradición, que cada vez alcanza más adeptos en nuestro país, no siempre persigue el objetivo de aterrorizar a los demás con un disfraz que, supuestamente, tiene que dar miedo.
A continuación, daremos una lista de los disfraces que no se deberían poner en Halloween, o bien, porque ya están muy vistos, o porque dan de todo menos miedo.
ZOMBIE, el disfraz de última hora. Has quedado en una hora y ya no te da tiempo a preparar nada. Así que rompes una camiseta, te pintas unas ojeras y un poco de sangre. Aunque el boom de The Walking Dead animó mucho la práctica de este disfraz, ya van tres años en que los que dejan todo para última hora se trasforman en un intento de ‘caminante’ que no asusta a nadie.
FUTBOLISTA, “el original”. Aunque es una manera de rentar las caras camisetas de los equipos de fútbol, ponerse la equipación con la que has jugado esta tarde para ir a una fiesta de Halloween está fuera de lugar. Así no se gana el premio al mejor disfraz.
ENFERMERA, de todo menos miedo. Es habitual encontrar esa noche montones de chicas con batas blancas, tacones y medias de redecilla. Además de que está más que visto, como no lo acompañes con una jeringuilla de 10 cm en la mano, terror no inspira. Por lo menos hay quien ensangrienta el vestido.
LADY GAGA, el repetitivo. Desde que esta estrella del pop se dio a conocer, sus fans copian su vestimenta en Carnaval y en Halloween. Aunque se trataba de un disfraz original, porque los propios trajes de Gaga son espectaculares, se ha visto ya demasiadas veces.
VESTIRSE DE MUJER, el disfraz estrella. Aunque se ha intentado estudiar más de una vez, aún no se comprende la manía que tienen los hombres de disfrazarse de mujer en las fiestas de disfraces. Lo típico es coger las prendas del armario de una mujer, combinarlas de la peor manera posible, pintarse como una puerta y los más atrevidos, subirse a unos tacones.