La primera generación con menor coeficiente intelectual
¿Cómo se mide el coeficiente intelectual de una generación a otra? Es una prueba estándar. No es fija, pues se actualiza con el tiempo. Pero en muchos lugares se usa la misma para comparar distintas generaciones. Siempre se encontró, en promedio, un incremento del coeficiente. Hasta ahora. Estamos frente a la primera generación con menor coeficiente intelectual que la anterior. Y los dispositivos digitales tienen mucho que ver.
Las pantallas y sus consecuencias
«La fábrica de cretinos digitales». Así se titula el último libro del neurocientífico Michel Desmurget (Lyon, 1965). Es director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud de Francia. Cuenta cómo los dispositivos digitales están afectando el desarrollo neuronal de niños y jóvenes.
«Simplemente no hay excusa para lo que les estamos haciendo a nuestros hijos», advierte. Su libro se ha convertido en un gigantesco superventas en Francia.
“El coeficiente intelectual aumentaba de generación en generación. A esto se le llamó el ‘efecto Flynn’. Es una referencia al psicólogo estadounidense que describió este fenómeno. Pero, recientemente, esta tendencia comenzó a invertirse en varios países. Los «nativos digitales» son los primeros niños que tienen un coeficiente intelectual más bajo que sus padres. Es una tendencia que se ha documentado en Noruega, Dinamarca, Finlandia, Países Bajos, Francia, etc.”
El tiempo frente a las pantallas tiene que ver. Varios estudios demuestran que la televisión o los videojuegos disminuye el desarrollo cognitivo. Se afecta el lenguaje, la concentración, la memoria. En última instancia, estos impactos conducen a una caída significativa en el rendimiento académico.
Más allá de la pantalla
El efecto es amplio. El abuso de las pantallas puede disminuir la calidad de las interacciones intrafamiliares. Estas refuerzan el lenguaje y el desarrollo emocional. También quitan tiempo a otras actividades más enriquecedoras (tareas, música, arte, lectura). Propicia la interrupción del sueño, la subestimación intelectual y un estilo de vida sedentario excesivo.
El cerebro no es un órgano ‘estable’. Sus características ‘finales’ dependen de la experiencia. El mundo en el que vivimos, los desafíos a los que nos enfrentamos, modifican tanto la estructura como su funcionamiento. Algunas regiones del cerebro se especializan, algunas redes se crean y se fortalecen. Otras se pierden, unas se vuelven más gruesas y otras más delgadas.
El tiempo que se pasa ante una pantalla por motivos recreativos retrasa la maduración anatómica y funcional del cerebro.
El potencial de la plasticidad cerebral es extremo durante la infancia y la adolescencia. Después, comienza a desvanecerse. No desaparece, pero se vuelve mucho menos eficiente. El cerebro se puede comparar con una plastilina. Al principio, es húmedo y fácil de esculpir. Pero con el tiempo se vuelve más seco y mucho más difícil de moldear. El problema con las pantallas recreativas es que alteran el desarrollo del cerebro de nuestros hijos y lo empobrecen.
No es que se deba evitar la tecnología. Bien aprovechada, acerca a los jóvenes de ahora información que puede ser muy útil para su desarrollo. Pero casi siempre prevalecen los usos recreativos más empobrecedores.
Cuestión de tiempo
En promedio, los niños de 2 años pasan casi tres horas al día en las pantallas. Y más de siete horas en el caso de los adolescentes. A los 18 años, nuestros hijos habrán pasado el equivalente a 30 años escolares frente a pantallas recreativas.
Desmurget recomienda decirle a los niños que las pantallas recreativas dañan el cerebro, perjudican el sueño, interfieren con la adquisición del lenguaje. Así será más fácil que tomen precauciones respecto a ellas.
La primera generación con menor coeficiente intelectual que la anterior es una señal de alarma. No miremos a otro lado. El problema puede estar frente a nosotros. Incluso en este momento, en la pantalla que estás mirando.