El primer juicio de la Inquisición en un monasterio
Era el monasterio más importante de Castilla en el siglo XV. Un famoso lugar de peregrinaje. También un centro económico, religioso y político, donde los Reyes Católicos tenían sus propias dependencias. Y allí, el 2 de agosto de 1485, sucedía algo. Estaban quemando a un hombre. En el monasterio de Guadalupe, ardía fray Diego de Marchena. Fue hallado culpable en el primer juicio de la Inquisición en un monasterio.
Fue un proceso inquisitorial poco conocido e insólito. Duró algo más de un mes y fueron juzgados 27 frailes. Eran sospechosos de judaizar, es decir, de seguir practicando ritos judíos pese a ser cristianos conversos. A Marchena lo mataron: fue el que corrió peor suerte. Pero hubo otras tres penas duras: una cadena perpetua, un destierro y una pena de cárcel severa. Al resto le tocó castigos más livianos: rezar los salmos penitenciales, rezar salterios, mortificarse, besar los pies de los frailes… Y a muchos les prohibieron expresamente hablar de aquel «asunto».
Perdiéndose en el tiempo
Ese silencio que exigía el tribunal a sus acusados terminó por extenderse y el suceso se fue difuminando hasta perderse en la marea del tiempo. De hecho, sus detalles acaban de salir a la luz ahora, más de quinientos años después, gracias a la investigación de Elisa Ruiz García y Enrique Llopis Agelán, que han logrado rescatar el códice que recogía todos los testimonios de los frailes que declararon en aquel proceso.
«Normalmente, los procesos inquisitoriales se han hecho de cara al público y sobre laicos. Este es un caso especial, en el cual el Santo Oficio de la Inquisición considera que dentro de la comunidad de frailes jerónimos hay algunos que son judaizantes», explica Ruiz García.
Rescate del olvido
En el monasterio se preparó un «operativo especial». Formaron el tribunal con miembros de la propia Orden Jerónima de Guadalupe y tomaron las declaraciones a los frailes del monasterio por escrito.
Esta decisión fue crucial, pues todas estas declaraciones se incluyeron en el sumario que, azarosamente, ha sobrevivido hasta nuestros días.
Los documentos fueron cambiando de manos hasta que aparece en Madrid, en el convento del Perpetuo Socorro, en 1925. Allí los fotografió Fray Germán Rubio Cebrián, estudioso del monasterio de Guadalupe: un hecho providencial, pues luego el original se perdió. A partir de los negativos se reconstruyeron los hechos.
Este escándalo está lleno de detalles escabrosos. Por ejemplo, las inspecciones de prepucios que realizaron a los frailes. Pero esta investigación no se detiene en eso, sino en el proceso penal. El gran tesoro histórico de esta es el hallazgo del documento de la sentencia que condenó a la hoguera a fray Diego de Marchena. De hecho, la autora le dedica un capítulo a su análisis. La lectura de la misma, recalca ella, «produce una sensación de desconcierto y de perplejidad en el lector». ¿El motivo? Que el tribunal trabajó con opiniones y suposiciones más que con hechos. «Las principales acusaciones esgrimidas por fray Alonso de Trujillo dan paso a la narración de una serie indiscriminada de hechos, comentarios y suposiciones que, sin orden ni concierto, reproducen casi literalmente opiniones y rumores manifestados por los testificantes. Ciertamente, el listado de delitos esgrimidos por el fiscal consiste en una enumeración de frases deslavazadas y de dudoso valor probatorio», escribe Ruiz García.
El primer juicio de la Inquisición en un monasterio duró 33 días
No es solo eso. Hay vaivenes extraños en las actas. Primero, se dice que el reo solicitó ser reconciliado, pidió perdón y aceptó la imposición de una penitencia. Después, el fiscal «afirma que el reo reconoce la veracidad de las acusaciones vertidas contra él, que ha hecho una nueva confesión y se reafirma en su condición de judío». «Tampoco resulta verosímil la demanda de bautismo en el momento señalado, tras la confesión manifiesta del reo de permanecer fiel al judaísmo», asevera Ruiz García.
El primer juicio de la Inquisición en un monasterio duró 33 días, un número bíblico. Y en nombre de la cristiandad, como resultado del juicio, se condenó a la hoguera a un hombre. Ha sido el azar el que nos permite que su historia llegara hasta nuestros días.