El moho es capaz de aprender, aunque no tenga neuronas
Solemos pensar que las ideas y la memoria se producen en las neuronas cerebrales; pero hay algunos ejemplos en la naturaleza que nos hacen preguntar si el cerebro es, realmente, el único lugar en el que estos elementos residen. Otros experimentos anteriores sugieren que el conocimiento adquirido está, de alguna manera, codificado en otras células del cuerpo, donde puede ser recuperado. Y lo que es más intrigante aún: los investigadores de la Universidad de Toulouse han demostrado que el moho del lodo también tiene memoria y puede aprender, a pesar de que no tiene cerebro.
«Los resultados sugieren que las características distintivas del aprendizaje pueden ocurrir a nivel celular individual», afirman los miembros del estudio en declaraciones a Proceedings of the Royal Society Aún más sorprendente es el hecho que los investigadores hayan comprobado que el moho puede transmitir, dese su organismo sin cerebro, conocimientos o otro moho, también sin cerebro, como se reveló en un artículo publicado el pasado 21 de diciembre.
El conocimiento del moho se basa en lo que se conoce como «aprendizaje habituado», en la que el comportamiento del organismo cambia con el tiempo en respuesta a un estímulo repetido, en este caso un elemento que le irrite. Al principio lo rechaza, pero finalmente el moho se «da cuenta» de que puede tolerar dicha irritación.
El moho en cuestión es el Physarum polycephalum, comúnmente conocido como Moho de muchas cabezas, y es un organismo en forma de burbuja amarilla, que se arrastra de un lugar a otro en seudópodos, como una forma de protuberancias. En la naturaleza, al Physarum polycephalum le encantan los lugares frescos y húmedos, como las hojas podridas y los troncos de los árboles.
También, tienen la particularidad que, cuando dos de estos mohos entran en contacto, se fusionan en un solo organismo.
Para ver si realmente son capaces de aprender, hicieron crecer diversos organismos de este moho en placas de Petri de agar, un derivado de algas. Al lado de cada placa de moho colocaron otro que contenía «comida», una mezcla de avena y agar, y construyeron un puente que conectaba ambas placas. En menos de dos horas, el moho llegó a la mezcla de avena.
Luego, los investigadores pusieron obstáculos en el camino, como concentraciones leves de quinina, cafeína o sal amarga, que no son perjudiciales para este tipo de moho, pero sí les «molesta». Primero, el moho retrocedió y buscó caminos alternativos, tardando más tiempo para llegar a la avena. Al cabo de los días, sin embargo, el moho cruzaba el puente más rápidamente, lo que sugiere que habían llegado a «comprender» y aprender que dichos elementos, aunque no le «guste», no son perjudiciales.
Tras esta investigación, quisieron dar un paso más en la comprensión de estos elementos. 2.000 placas de Petri con moho que se habituaron a estos agentes externos y otras 2.000 que no habían sido habituados se tomaron para realizar otra prueba. Crearon tres grupos de mohos unidos:
- El grupo ‘A’, acostumbrado a la sal y los otros elementos. Unieron dos placas de moho que estaban acostumbrados a dichos elementos para ver cómo reaccionaban.
- El grupo ‘B’, que mezclaba un moho que estaba acostumbrado a la sal con otro que no lo estaba.
- El grupo ‘C’, donde mezclaban dos mohos que no estaban acostumbrados a los agentes externos.
Una vez ‘fusionados’, creando un nuevo organismo, se les presentó un puente con sal a través del cual les esperaba su mezcla de avena. Los investigadores se sorprendieron al encontrar que el grupo ‘B’ superaban la sal tan rápido como el grupo ‘A’, lo que sugiere que este conocimiento se había propagado en su proceso de unión.
Los expertos creen que el pequeño filamento que une los dos organismos, completamente visible en la imagen de la derecha, es la encargada de compartir dicho conocimiento, aunque los investigadores aún no están del todo seguros de porqué sucede.