Matrifagia, la forma más cruenta de devoción materna
En la mayoría de especies animales la maternidad implica cierto grado de sacrificio. En el caso de los insectos los cuidados maternales son bastante limitados ya que después de la puesta y el nacimiento la prole abandona la protección maternal y emprende su propio viaje. Sin embargo, en el caso de Stegodyphus lineatus, una araña aterciopelada que habita en el desierto del Néguev (Israel), el concepto de sacrificio maternal adopta una dimensión superior, pues practica la forma más radical y cruenta de devoción materna: la matrifagia, una práctica alimenticia en la que la madre es devorada por su progenie.
Los entomólogos llevan años preguntándose acerca de los detalles de esta estrategia de cuidado. ¿La devoran tal cual o ella prepara sus entrañas para facilitar la tarea? Al parecer, sucede lo segundo. Mor Salomon, del Instituto Cohen Israel para el Control Biológico, descubrió el fenómeno con colegas de la Universidad Hebrea y Ben Gurión del Néguev, mientras observaban a las arañas en arbustos cercanos a los lechos resecos de los ríos en el desierto de Neguev. Durante la investigación, que fue publicada en Journal of Arachnology, descubrieron que la degradación de los tejidos maternos comienza antes de que las crías nazcan.
«Todo sufre una profunda remodelación, es como si estuviera planeado de antemano», asegura Mor Salomon, entomólogo por entonces en la Universidad Hebraica de Jerusalén.
La araña madre construye un disco de seda que contiene de 70 a 80 huevos, (entretanto sus intestinos comienzan a disolverse), una vez que las jóvenes arañas eclosionan, la madre perfora el disco, dejando que las arañitas, aun sin terminar su desarrollo, salgan de su guarida.
Salomon y sus colaboradores examinaron al microscopio cortes transversales de hembras adultas en todos los estadios del proceso reproductivo. Los tejidos comenzaban a mostrar leves signos de degradación justo después de la puesta del ovisaco, y al cabo de 30 días, cuando las crías nacían, la degeneración se aceleraba.
Así que la descomposición interna permite a la araña regurgitar pedazos del intestino licuado, con los que nutre a sus crías todavía en crecimiento.
Pasados unos 9 días, las arañitas ya están en condiciones de comer algo sólido, y lo que tienen más cerca es… el cuerpo de la madre. La madre detiene la regurgitación y las jóvenes arañas se abalanzan sobre ella (aún viva) para darse el festín final. Ésta se deja devorar poco a poco por sus propias hijas, que después de dejar el exoesqueleto completamente vacío (excepto el corazón), abandonan el nido, dejando tras de sí el caparazón del exoesqueleto.
Desde un punto de vista evolutivo, la matrifagia tiene un claro sentido. Debido a su corto ciclo de vida esta especie no puede aparearse con mucha frecuencia y ello reduce sus probabilidades de supervivencia. Cuando consigue por fin aparearse, la madre quiere asegurarse de que sus hijos sobrevivirán. El sacrificio de la madre permite que sus arañitas, todavía poco desarrolladas, estén bien alimentadas y que lleguen a adultas. Un año después, las hembras maduras rendirán cuentas del mismo modo: entregando su cuerpo a la generación venidera.
Aunque algunos puedan encontrar la idea de la progenie comiendo a su madre un poco repugnante, Salomon dijo que «observar el comportamiento del arácnido llevando a cabo el sacrificio postrero para que sus hijas puedan vivir, lo dejó maravillado.»