¿Qué especie dominaría en una Tierra sin humanos?
En un futuro post-apocalíptico, ¿qué le podría suceder a la vida si los humanos fuésemos eliminados? Después de todo, es muy probable que desaparezcamos mucho antes de que el Sol se expanda para convertirse en una gigante roja y que nos extermine a todos.
Suponiendo que haya algún fenómeno que sea capaz de eliminarnos a nosotros y mantener el resto de formas de vida, cosa improbable, la historia nos dice que debemos esperar algunos cambios bastante drásticos cuando ya no fuésemos capaces de dominar nuestro planeta.
Así que, si nos dieran la oportunidad de mirar hacia adelante en el tiempo (unos 50.000 años después de nuestra desaparición, por ejemplo), ¿qué encontraríamos? ¿Qué animal o grupo de animales «se harían cargo» de la Tierra? ¿Los simios nos reemplazarían, como se ha imaginado en la ciencia-ficción? ¿O sería la Tierra dominada por delfines, ratas, cucarachas, cerdos u otras especies?
La pregunta ha inspirado mucha especulación, y muchos escritores han dejado volar su imaginación para ofrecer sus especies candidatas. Antes de ofrecer ninguna respuesta, tenemos que explicar detenidamente qué entendemos por una especie dominante.
Se podría argumentar que la época actual es una época de plantas con flor. Pero la mayoría de las personas no se imaginan un reino de rosas, por ejemplo, dado su incapacidad depredadora y su inmovilidad. Así pues, toca centrarse en los animales. En este campo, las bacterias serían las reinas, ya que el mundo está y siempre ha estado repleto por ellas, desde 1.2 millones de años, para ser más exactos. Tendemos a desprestigiar a las bacterias, no porque ellas hayan dejado de tener importancia, sino porque como especie tendemos a tener una miopía que otorga mayor importancia a los grandes organismo multicelulares que vinieron después de ellas.
Según algunas versiones, cuatro de cada cinco animales es un nematodo (gusano), por lo que, tanto este ejemplo como el anterior muestra que ni la prevalencia, ni la abundancia, ni la diversidad es el primer requisito para ser una forma «dominante» de vida.
Hay un innegable grado de narcisismo a la hora de designar la especie que nos sustituiría si nos extinguiésemos. Imaginaríamos algo parecido al ‘Planeta de los Simios’, con nuestros parientes primates desarrollando el habla y adoptando nuestra tecnología, si les diésemos el tiempo y el espacio suficiente.
Pero una sociedad de primates sería poco posible, ya que es probable que ellos nos precedan en la extinción. De hecho, somos el único homínido vivo en estado de conservación y sin peligro de extinción, por lo que es poco probable que el frágil hilo que sostiene muchas especies de primates no se rompa tarde o temprano. Y tengamos en cuenta que cualquier extinción que afectase a los humanos probablemente sería más peligroso para aquellos que compartan nuestras necesidades fisiológicas básicas: si sucumbiésemos a una pandemia global que no afectase a otros mamíferos, los grandes simios serían las especies que estarían en mayor peligro de hacer mutar una nueva enfermedad que los extinguiese del planeta.
¿Podrán desarrollar una inteligencia y una sociedad similar a la humana? Improbable. De todas las especies, eran sin duda los animales dominantes en algún momento de la historia de la Tierra, hasta que fuimos capaz de desarrollar nuestra inteligencia y nuestra destreza manual. Pero la evolución no favorece la inteligencia por sí misma, tan sólo conduce a especies que sean capaces de sobrevivir en su medio o que puedan tener un éxito reproductivo. En consecuencia, es un profundo error imaginar que nuestros sucesores sean criaturas especialmente inteligentes o sociales, y mucho menos que sean capaces de hablar o hábiles con la tecnología humana.
Entonces, ¿con qué podemos especular? La respuesta es a la vez insatisfactoria y emocionante: si bien sí podemos estar seguros de que no va a ser un chimpancé parlanchín, no tenemos ni idea de qué especie podría ser.
El mundo ha sido testigo de extinciones masivas en el curso de su historia. La diversificación de la vida después de cada extinción fue relativamente rápida, y la «radiación adaptiva» de nuevas especies produce nuevas formas. Las musarañas se deslizaban bajo los pies de los dinosaurios a finales del período Cretácico, y si los hubiésemos observado en aquella época jamás hubiéramos imaginado que se convertirían en osos, por ejemplo. Del mismo modo, los reptiles que sobrevivieorn a la extinción del Pérmico, hace unos 250 millones de años y en los que murieron el 90% de la fauna marina y el 70% de las especies terrestres, no imaginaban que se transformarían en los dinosaurios y las aves que descendieron de ellos.
En La Vida Maravillosa, el fallecido Stephen J. Gould sostuvo que el azar jugó un gran papel en las principales transiciones de la vida animal. Hay espacio para discutir sobre la importancia de este azar en la historia de la vida, y sigue siendo un tema controvertido en la actualidad. Sin embargo, con la visión de Gould apenas podemos presagiar el éxito de los futuros linajes tras una extinción humana.