Elysia chlorotica, que es el nombre científico que recibe este animal, es un molusco gasterópodo marino que vive en el litoral atlántico de América del Norte, donde habita tanto en aguas con la salinidad del mar como en aguas salobres, cerca de la desembocadura de los ríos.
Físicamente es un animal de color verde muy intenso, como una esmeralda, que puede presentar pequeñas manchas blancas o rojas en su superficie. Su cuerpo es muy delgado, pero se ensancha considerablemente hacia los laterales cuando el animal está relajado, lo que le da un aspecto lanceolado, muy parecido a la hoja de una planta.
La babosa esmeralda tiene la capacidad de fotosintetizar durante la mayor parte de su vida, pero no nace con esta capacidad, si no que la adquiere alimentándose desde las primeras horas de su nacimiento de un alga xantofícea llamada Vaucheria litorea, a la cual le extrae los cloroplastos (orgánulos celulares donde se realiza la fotosíntesis) y los incorpora a su propio cuerpo. Una vez dentro, estos funcionarán durante toda la vida del animal (aproximadamente un año), dotando a la babosa, de la capacidad de realizar la fotosíntesis.
Ahora cabría preguntarse cómo es posible que los cloroplastos vivan tanto tiempo dentro del animal sin degradarse o ser rechazados por el sistema inmune de la babosa. La respuesta está en que ambas especies han coevolucionado de tal manera, que ocurre una transferencia horizontal de genes entre ellos. Esto permite que se incorpore al genoma del molusco parte de la información genética del alga, la cual tiene las instrucciones para que sigan funcionando los cloroplastos y sean admitidos como propios por el cuerpo de la babosa.
Por último, solo queda decir que hasta el momento, la evolución no ha dotado a estos animales de la capacidad de heredarle estos pigmentos fotosintéticos a sus crías, por lo que estas, una vez que nacen, deberán buscar el alga en su medio para incorporarlos y desarrollar esta curiosísima característica pocas veces registrada en la naturaleza.
