Las huellas cerebrales podrían sustituir a las dactilares
En los últimos 10 años las huellas dactilares se han convertido en el mecanismo de identificación por excelencia; los avances tecnológicos y científicos han permitido desarrollar otros sistemas como el reconocimiento del iris, facial e incluso la lectura de venas, aunque sin duda estos últimos no han llegado a alcanzar el nivel de precisión y uso que ha logrado la huella dactilar. Sin embargo, el investigador Blair Armstrong, del Basque Center for Cognition, Brain and Language (BCBL), acaba de encontrar otra característica única en las personas que resultaría todavía más segura que las huellas dactilares: Las huellas cerebrales.
El trabajo de Amstrong consiste en encontrar una forma que pueda utilizar la actividad neuronal, exclusiva de cada individuo, como “tarjeta de identificación”. En menos de diez años un sistema basado en dichas huellas cerebrales podría ser comercializado para evitar, por ejemplo, los robos de identidad. También podría asegurarnos de que si alguien nos roba el smartphone, no pueda acceder a los datos almacenados.
Al contrario de lo que muchos podrían pensar, la huella digital del cerebro no depende de las emociones del sujeto, ni se ve afectada por las respuestas emocionales, más bien está condicionada por respuestas cerebrales cognitivas. Armstrong, especializado en los mecanismos que subyacen a la comprensión de las palabras y a la llamada “memoria semántica”, estudia los patrones únicos, vinculados al lenguaje, de cada cerebro como vía de identificación personal.
La teoría de este sistema se basa en que no hay dos personas que interpreten exactamente igual la misma palabra y en que la actividad neuronal del cerebro varía según como este ha interpretado las palabras. El sistema en el que trabaja Amstrong mide, utilizando tecnología basada en técnicas de electroencefalografía, la respuesta del cerebro ante las palabras.
«El significado que otorgamos a cada palabra es diferente en las personas. Si decimos abeja todos pensamos en un insecto, pero la memoria semántica que viene dada por nuestra experiencia nos sugiere distintos significados, y abeja no será lo mismo para un alérgico, que para un apicultor o para quienes vieron los dibujos de la abeja Maya», dijo a Reuters Blair Armstrong.
Son precisamente esas diferencias en el significado de las palabras para cada individuo y su relación semántica con otras palabras lo que convierten el intercambio de información entre las neuronas del cerebro en un patrón único e intransferible. Es la huella cerebral de cada individuo.
La ventaja de la huella cerebral es que, a diferencia de la huella dactilar, no la vamos dejando por todas partes ni es fácil de copiar. Asimismo, la huella cerebral no es algo que alguien pueda “robarnos” sin que nos enteremos. Así que este nuevo sistema evitaría errores, robos de identidad y estaría a prueba de coacciones externas: sabemos que la actividad eléctrica generada por el cerebro cambia si uno está muy estresado. Por eso, el sistema puede ser «seguro», en el sentido de que si un individuo está siendo forzado a usar su huella cerebral, el sistema pueda detectar ese estado.
Uno de los muchos usos posibles de este tipo de tecnología sería ayudarnos a entender cómo y cuándo el cerebro almacena el conocimiento de una nueva palabra. Esto podría resultar muy útil para el desarrollo de planes educativos individuales, el aprendizaje de nuevas palabras por parte de los niños o la enseñanza de una segunda lengua, directamente sobre la base de la evaluación de la actividad eléctrica que el cerebro genera al procesar cada palabra.
Hasta ahora el equipo de investigación liderado Amstrong ha trabajado este sistema usando equipo de laboratorio muy sensitivo, y en entornos experimentales altamente controlados. En trabajos futuros, estudiarán cómo funciona el sistema en entornos del mundo real, y con equipos que puedan ser producidos a escala comercial rápidamente. Sin embargo, ya podría estar listo dentro de unos diez años.