La historia del inhalador para el asma
Un invento que salva vidas
Susie Mason era una niña estadounidense de 13 años con asma severo. Corrían los años cincuenta. Cierto día, le preguntó a su padre algo que cambiaría la historia de esa enfermedad. Quiso saber si su medicina la podrían poner en un bote de aerosol. Tal vez si su padre no fuera el presidente de una compañía farmacéutica (Laboratorios Riker), no se hubiera interesado tanto. Pero lo hizo. Y así empezó la historia del inhalador para el asma.
Comisionó en 1956 a tres científicos para satisfacer el deseo de su hija. El resultado fue el inhalador moderno. El dispositivo su usa en todo el mundo: administra dosis controladas de un fármaco para el asma con solo presionar un botón.
Los cigarrillos para el asma
El asma es la enfermedad no contagiosa más común en los niños. Se estima que más de 300 millones de personas sufren este mal. En el tiempo de Susie, se utilizaba otro método. Era una botella de vidrio con un atomizador de goma, muy parecido a un frasco de perfume antiguo. En ese recipiente se ponía la droga broncodilatadora. Llegaba a los pulmones, pero la dosis no era uniforme. Además, el nebulizador era muy delicado. Se podía romper. Había otro método que hoy puede parecer ridículo: fumar cigarrillos para el asma. Se empleó para administrar sustancias que tenían atropina, una sustancia para tratar el asma.
Los tratamientos con aerosoles terapéuticos tienen una larga historia que se remonta al antiguo Egipto. Sí, hace unos 3.500 años. Un estudio de la Universidad de Exeter, en Reino Unido, lo reveló. Los tratamientos para los problemas respiratorios incluían a los pulmones mediante la inhalación. «Sabemos que fue así por un rollo de papiro encontrado junto a una momia», explica Stephen Stein. Es investigador y discípulo de Charlie Thiel, miembro del equipo que inventó el inhalador. «La terapia que describía, menciona el uso de hierba loca (Hyoscyamus niger). Se respiraban los vapores de esa planta cuando se quemaba».
«Y resulta que esa planta contiene atropina. Aún se usa en ciertos productos para los inhaladores de hoy en día». El objetivo del laboratorio Riker era crear un dispositivo para llevar más cantidad de fármaco más rápido. Probaron potentes propelentes gaseosos en sucesivos experimentos. A sus más de 90 años, Charlie Thiel todavía lo recuerda. Una vez pusieron a prueba el sellado de los inhaladores sumergiéndolos en una fuente de agua caliente.
«Todos (200 inhaladores) explotaron al mismo tiempo. Un chorro de agua cubrió todo el techo», dice Thiel. El equipo continuó experimentando con otras fórmulas del medicamento en robustas botellas de Coca-Cola. Thiel descubrió una fórmula que funcionó. «Si mezclas partículas de drogas en propelentes, estas suelen aglutinarse contra la pared. No se dispersan bien», explica Stein.
Aerosol sin alcoholes
Thiel descubrió que si usaba el surfactante Span 85 (Trioleato de sorbitano), la fórmula se dispersaba muy bien. Sus partículas se proyectaban en aerosoles pequeños que podían llegar a los pulmones». Este hallazgo hizo posible que no fuera necesario añadir etanol o alcohol a la fórmula para transformarla en un aerosol. La historia del inhalador para el asma empezaba así.
El proceso tomó apenas un año. «Los pacientes lo amaron», recuerda Thiel. «¡Era tanto más cómodo para ellos!» A Thiel no le interesó nunca la fama sino el impacto que el producto tuvo en los pacientes.
En una grabación que realizó con su discípulo, rememora un encuentro que aún hoy lo emociona. En ella relata un encuentro en 1995 con un médico australiano, un hombre mayor que sufría de asma. «Me dio un abrazo de oso. Me dijo: ‘Charlie, si no fuera por tu invento, yo estaría muerto’. Simplemente me dejó boquiabierto».