La descendiente de Cleopatra que desafió a Roma
Su reinado fue breve. Era joven, de unos 25 años y extremadamente culta. Algunos historiadores sostienen que su padre era un gobernador romano. Lo cierto es que hablaba varios idiomas. Y de lo que nadie duda es de su bravía. Se trata de Zenobia, la descendiente de Cleopatra que desafió a Roma.
En el siglo II, el Imperio romano alcanzó su mayor extensión. Abarcó grandes partes de Europa, Medio Oriente y el norte de África. Uno de los lugares más importantes de este vasto imperio era la ciudad de Palmira, en la provincia de Siria. Tenía una ubicación estratégica al estar justo a medio camino entre el mar Mediterráneo, al oeste, y el río Éufrates, al este. Se convirtió en una de las ciudades más ricas. En el año 268, decidió sublevarse y crear su propio imperio. Esa gesta libertadora y conquistadora fue liderada por una mujer: Zenobia, la reina regente de Palmira.
Logró apoderarse de Siria, Egipto, Anatolia (o Asia Menor), Palestina y el Líbano. En 270 Zenobia incluso se proclamó reina de Egipto. Llegó a acuñar monedas egipcias con su imagen.
Cómo empezó
El príncipe de Palmira era Septimio Odenato, esposo de Zenobia. Fue quien pensó en dominar el Oriente. A su muerte, Zenobia continuó sus planes. No solo buscó su independencia: decidió desafiar al Imperio romano.
Con gran astucia militar, logró no solo mantener a raya a los persas. Conquistar terrenos que pertenecían al Imperio romano. Se aprovechó de la grave crisis en la que se veía el nuevo emperador romano, Claudio II Gótico. Debía hacer frente a la triple amenaza de los godos, los galos y la tribu germánica de los alamanes.
Con Roma ocupada, Zenobia invadió Egipto en 269 y se proclamó reina. Así logró extender las fronteras de su Imperio desde el Éufrates hasta el Nilo.
Al mando de su poderoso ejército, la «reina guerrera», como se hizo conocida, siguió conquistando ciudades romanas. Pero la llegada de Aureliano, que sucedió a Claudio como emperador en 270, frenó las ambiciones del Imperio de Palmira. Reconquistó Egipto y decidió restaurar el poder de Roma en Oriente.
Uno por uno fue recobrando los territorios que había perdido a manos de Zenobia. La emperatriz debió replegar sus fuerzas y se refugió en Palmira. Pero Aureliano fue en su búsqueda.
Logró doblegarla a través de un astuto plan: se plantó frente a los muros de la gran ciudad y la sitió, frenando el ingreso de suministros.
En 272, Zenobia y su hijo intentaron huir hacia Persia pero fueron capturados y llevados a Roma. El emperador organizó una marcha triunfal en la que hizo desfilar a su humillada prisionera. Existen distintas versiones sobre lo que pasó después. La más popular cuenta que Aureliano la perdonó y le permitió llevar una lujosa vida en Tibur (actual Tívoli), como exiliada.
Su legado
El legado más tangible que dejó la reina Zenobia fue el esplendor de su ciudad. Sigue siendo considerada una de las joyas de la antigüedad. Durante su breve reinado, embelleció la ciudad, famosa por sus hermosos templos, edificios públicos, monumentos y jardines.
La belleza e importancia cultural de Palmira se mantuvo a lo largo de la historia. En 1980, Palmira fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Muchos de los tesoros más valiosos de Palmira fueron llevados a Roma.
Palmira incluso sufrió en tiempos modernos: en 2015 fue destruida por el autodenominado Estado Islámico (EI), que tomó la ciudad durante la sangrienta guerra civil siria. Los miembros de EI dinamitaron muchos de sus monumentos y joyas arqueológicas, por considerarlos símbolos de idolatría.
Lo que no se borrará nunca es el recuerdo de Zenobia. La descendiente de Cleopatra que desafió a Roma