El esclavo que se declaró rey de Haití
Construyó la Ciudadela de Laferrière. Es la mayor fortaleza jamás construida en Occidente. El esclavo que se declaró rey de Haití llevaba gobernando nueve años. Pero ese día de 1820, todo acabó. Una rebelión lo amenazaba, y decidió suicidarse de un disparo.
Soldado en ascenso
Henri Christophe se hizo llamar Enrique I, el «destructor de la tiranía”. A su suicidio le siguió una de las mayores revueltas en Haití. El país, por entonces, se encontraba dividido en dos. Una república en el sur, gobernada por Alexandre Pétion. Y una monarquía en el norte, regida por Christophe.
El rey de Haití no era haitiano de nacimiento. Se cree que nació en 1767 en una isla del Caribe. El joven esclavo llegó a la colonia de Saint-Domingue, donde compró su libertad. En 1791, se sumó a la insurrección contra el poder francés.
Ese soldado terminó teniendo sus propios esclavos y construyendo uno de los reinos más fastuosos e inusuales. Mandó a erigir seis castillos, ocho palacios y la Ciudadela Laferrière. Costó 15 años, 20.000 obreros y 2.000 vidas para construirla. En su edificación se mezclaba el cemento con cal viva, melazas, y sangre de vacas.
Creó una moneda propia con su efigie coronada de olivo al estilo César. Llamó la capital de su reino Cabo Enrique. Nombró príncipes, duques, barones y caballeros. Promovió, también, un insólito sistema de educación. Uno de los más abarcadores que existió durante la primera mitad del siglo XIX en América Latina. Por su fuera poco, estableció un código legal, con su nombre. Regía casi todos los aspectos de la vida del reino.
Y promovió también un sistema de trabajo casi esclavo. E impuso regulaciones a los campesinos que en pocos años lo volvieron un líder sumamente impopular. El rey se fue quedando solo y aislado en su palacio. Un derrame cerebral en agosto de 1820 lo dejó hemipléjico y resabioso. Era una sombra de sí mismo, aunque solo tenía 53 años.
Excéntrico hasta la muerte
El cadáver del esclavo que se declaró rey de Haití fue llevado a las entrañas de la Citadelle ese mismo 8 de octubre. Cabo Haitiano ardía en revueltas. Le cortaron un dedo, que la reina guardó como reliquia. Se cree que la llevó consigo a su exilio en Italia.
Hundieron su cuerpo en una argamasa. Habían preparado un hoyo en la base de la fortaleza. Así nadie, nunca, podría profanar su cadáver. El rey de Haití se hundió lentamente y, poco a poco, se volvió piedra.
Se hizo uno con su Ciudadela, el sueño megalómano de su imperio. Esta mole oscura persiste, pese a los tiempos y los terremotos. Y todavía vela sobre Cabo Haitiano desde la montaña del Gorro del Obispo.