El ejército de hombres-mono que quería Rusia
Experimentos genéticos inconcebibles
Podría ser el argumento de una vieja película de serie B. Una de las peores, seguramente. Pero este año hemos comprobado que la realidad supera cualquier ficción. Eso explica lo que sucedió durante los años veinte, en Rusia. El ejército de hombres-mono no es una mala película. Es la idea de un científico loco… de la vida real.
¿Quién fue Ilya Ivanovich Ivanov? Era un científico soviético fundador de la inseminación artificial veterinaria. A principios del siglo XX, la hibridación era una técnica considerada como una «rareza». No contaba con el beneplácito de la Iglesia. Los científicos sospechaban, además, que se perdía algún factor biológico «esencial» durante la inseminación artificial.
Auge del inseminador
Ivanov llevó a cabo investigaciones en París y San Petersburgo. Creó especies como el «cebroide» (híbrido de cebra y el burro. O el «zubrón», (cruce de vaca y bisonte). Este método pretendía “perfeccionar” la naturaleza.
Ivanov logró inseminar 7.000 yeguas y más de 1.000 ovejas. Se convirtió en el mayor experto mundial en inseminación artificial. Legó a ser consultado por criadores de caballos de todo el mundo.
Hacia 1924, consiguió el apoyo de Nikolai Gorbunov, un político y funcionario soviético. Así empezó en la región africana de Kindia un proyecto nuevo. Quería desarrollar híbridos entre humanos y chimpancés. El funcionario recomendó las investigaciones de Ivanov. Creía en «la posibilidad de que un ejército de hombres-simio avanzara de manera exitosa contra las tropas fascistas y liberales de Europa y Estados Unidos». El burócrata afirmó: «El que domine a las bestias, dominará la Tierra».
De acuerdo al racismo de la época, se creía que los negros estaban más cerca de los monos. Por aquel motivo eran más aptos para este experimento. Durante su estancia en África, el científico soviético experimentó con tres hembras de chimpancé. Las inseminó con esperma humano de donantes humanos no identificados. Ivanov atribuyó el fracaso a la dificultad que conllevaba trabajar con chimpancés.
A su regreso a la Unión Soviética, Ivanov siguió con su experimentación con un número indeterminado de prisioneras. Las que visitaba en sus celdas de la prisión de Lubianka. Buscaba fertilizarlas con esperma de monos. Esta vez atribuyó su fracaso al dudoso compromiso de las prisioneras políticas.
Consiguió una autorización para trasladarse a la ciudad de Sujumi, a orillas del mar Negro. Cuatro chimpancés y un orangután que Gorbunov le había conseguido servirían para sus experimentos.
Caída en desgracia
Ivanov buscó candidatas que desearan quedarse encintas. La mayoría de las mujeres de Sujumi eran analfabetas. Les dijo que su contribución a la ciencia les ganaría el respeto del propio Stalin. Por fin, consiguió cinco voluntarias de entre 16 y 20 años.
Pero solo un orangután sobrevivió bajo sus cuidados. Y no por mucho tiempo. Esto significó un nuevo fracaso. Y la pérdida de la confianza de sus superiores. En 1930, el científico fue arrestado por el NKVD, la policía secreta. Al hombre que soñaba con el ejército de hombres-mono se le exilió en Kazajastán. Gorbunov enfrentó un juicio sumario. No hubo contemplaciones: murió fusilado. Semanas más tarde, el NKVD hizo una incursión en Abjasia. Las cinco voluntarias de Ivanov fueron localizadas y ejecutadas. Ya nadie quería tener de este experimento ni siquiera el recuerdo.