Las palomas, los drones de la Primera Guerra Mundial
Durante la Primera Guerra Mundial las palomas mensajeras resultaron fundamentales para la comunicación, principalmente cuando los mensajes estaban destinados a lugares inaccesibles donde no podían llegar ni telegramas por cable ni radiotelegramas, los métodos más utilizados antes de que los servicios telefónicos interurbanos fueran física y económicamente viables. Pero la mensajería no fue la única labor que asignaron a las palomas, también proporcionaron información precisa fotografiando, desde el cielo, las posiciones enemigas con una cámara sujetada a su pecho mediante un arnés. Así que se las podría considerar como los drones de la Primera Guerra Mundial.
El inventor de este original método de espionaje fue el boticario alemán Julius Neubronner, quien utilizaba las palomas para entregar sus medicamentos a sus clientes, así como para recibir sus pedidos. Sus palomas eran sus mejores empleadas a la hora de atender solicitudes urgentes.
Como quería saber el recorrido de sus mensajeras decidió ponerles una pequeña cámara atada a su pecho con un disparador automático programado, que controlaba el intervalo de tiempo que transcurría entre el disparo automático de una fotografía y el siguiente. El resultado fue todo un éxito y decidió fabricar un arnés para poder sujetar una cámara más grande y hacer mejores fotos… pero se pasó con el peso y su patente fue rechazada.
Finalmente en 1908, después de varias modificaciones, se patentó su invento. Recibió varios premios en la Exposición Universal de Frankfurt de 1909 y algunas de sus fotografías, se utilizaron para postales.
Este popular invento tenía claras aplicaciones militares. La idea de fotografiar el campo de batalla o el territorio enemigo desde una paloma era perfecta: Las aves volaban a una altura de entre 50 y 100 metros y eran mucho más discretas que un globo o un avión.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, las palomas de Neubronner se estrenaron en el campo de batalla. Su arnés, su ligera cámara (Neubronner llegó a diseñar una de tan solo 40 gramos de peso) y algo de entrenamiento las convirtieron en auténticas espías, algo que les valió un reconocimiento peculiar: una sala en el Museo Internacional del Espionaje en Washington DC.