Las montañas rusas y Catalina la Grande
Y por qué se llaman montañas rusas
Quien se ha subido a una montaña rusa sabe lo terrorífica que puede resultar la experiencia. Y, sin embargo, hay quienes son adictos a la adrenalina que les produce. Podríamos decir lo mismo de Catalina la Grande, a quien le encantaba lanzarse desde las alturas. Sí, la emperatriz rusa, que propició la invención de las montañas rusas modernas.
La atracción de los festivales de invierno
En la Rusia del siglo XVIII florecían las artes y las letras. El poderoso imperio ruso que había forjado Pedro el Grande atraía a intelectuales y viajeros de la época. Muchos de ellos circulaban por la cosmopolita ciudad de San Petersburgo. Fue en esa ciudad donde surgió una novedosa atracción.
Surgió durante los festivales de invierno. Los petersburgueses construían rampas gigantes de madera en plazas públicas y mansiones opulentas. Las cubrían con nieve a la que rociaban con agua para formar una gruesa capa de hielo resbaladizo… y se lanzaban, sin titubeos ni frenos.
Una de las grandes fanáticas de la popular diversión era nada menos que Catalina la Grande.
Trepaba las decenas de escalones que la llevaban a la cima. Se metía en un trineo ahuecado tallado en hielo, antes de descender por la empinada cuesta con solo un trozo de cuerda para agarrarse.
«Cuando uno ve esas estructuras es absolutamente increíble que pudieran pensar: ‘tirémonos por esa montaña a velocidades vertiginosas sin ningún mecanismo de seguridad que me mantenga en el trineo», dijo Margee Kerr, autora de «Grito: la ciencia del miedo».
Teniendo en cuenta que Catalina la Grande tuvo la osadía de organizar un golpe de estado contra su propio esposo, quizás no debería extrañarnos tanto.
Cuando Catalina la Grande propició la montaña rusa moderna
De hecho, encargó uno propio. Más tarde pidió que le pusieran ruedas al trineo -ya no de hielo- para poder disfrutarlo todo el año… y así nacieron las montañas rusas modernas, con todo y un magnífico pabellón para refrescarse entre emociones, llamado Katalnaya Gorka.
Para mediados del siglo XIX, las montañas rusas de hielo eran tan populares en patios y casas de clase alta que el escritor y editor Robert Sears no las pudo pasar por alto:
«Los trineos están hechos de hielo y, con destreza, modelados en forma de barcos; príncipe y campesino los disfrutan por igual. En cada pueblo y aldea, esos resbaladizos declives están llenos de jóvenes y doncellas bajando por ellos con la rapidez de las flechas».
Pero fueron los soldados franceses que visitaban la ciudad durante las guerras napoleónicas quienes exportaron la idea.
Les gustaron tanto las montañas de hielo rusas que hablaron de ellas de vuelta a casa. Y en 1812 se construyó la primera montaña rusa con carros fijados a los rieles en Belleville, Francia. Las llamaron: «Les Montagnes Russes» o «Las montañas rusas».
La celebridad en Estados Unidos
Pero fue en Estados Unidos donde se volvieron tan populares.
«En EE.UU. empezaron a volverse populares con la invención del carrito eléctrico diseñado para transportar carbón y material industrial de un lugar a otro. Viajaban sobre rieles», cuenta la socióloga Kerr.
«Los operadores se dieron cuenta que podían sacarles dinero si le vendían boletos a la gente para que se montara en ellos. Notaron que a sus clientes les gustaban las subidas, bajadas y vueltas»… y el resto, como dicen, es historia.
Si no te has subido aún a una montaña rusa, este es el momento. No dejes de pensar, mientras el vértigo de la caída te avasalla, en Catalina la Grande, hacía lo mismo pero sin ningún implemento de seguridad, y sin miedo.