El oro en la medicina
Desde tiempos muy lejanos, el oro es uno de los metales que más se utilizó para acuñar monedas; hoy en día, su uso comercial como forma de inversión es realmente importante. También, desde mucho antes de Cristo hasta nuestros tiempos, se utiliza en joyería o en la ornamentación. A finales de siglo pasado, se comenzó a utilizar en la industria y en la tecnología por su resistencia a la corrosión, y por la combinación de propiedades químicas y físicas que lo hacen más atractivo para determinados elementos.
Desde épocas inmemoriales, uno de los principales objetivos de los alquimistas era producir oro partiendo de otras sustancias como el plomo, pero tras una incontable cantidad de intentos infructuosos, se ha comprobado que es imposible químicamente convertir metales inferiores en oro. Este dato tiene una sola lectura: la cantidad de oro que existe en el mundo es constante. No se puede imitar, no se puede inventar, no se puede recrear, ni se puede reproducir.
Otros, sin embargo, creen que el oro también puede tener fines terapéuticos. Se dice que Cleopatra dormía con una mascara de oro para purificar la piel de su cada; de hecho, en Roma se recetaban pomadas con alto contenido en oro; el mismo material bebía Luis XII para enderezar su maltrecha salud. También, aquellos que se lo han podido permitir a lo largo de la historia, han masticado láminas de oro o han añadido éste en polvo a ciertos brebajes. Su utilización como remedio no ha cesado y ha llegado hasta nuestros días, con el nombre de crisoterapia.
Su utilización principal es como antiinflamatorio, y ha resultado ser efectivo en afecciones tales como el reumatismo, aunque su dificultosa absorción provoca importantes daños secundarios.