Existen numerosos casos de procesos judiciales ridículos contra animales
A lo largo de la historia se han dado una serie de juicios contra animales, que se salen de los límites de las cosas lógicas. Un ejemplo para que se entienda mejor, en 1520 la carcoma se ensañó de tal forma con el trono del obispo de Besançon que se vino abajo tirándolo al suelo, y dándose el señor obispo un buen golpe. Así pues, se abrió un proceso judicial contra la susodicha carcoma. Para evitar que llevasen la carcoma al banquillo, el abogado Bartholomé Chassenée argumentó que los clientes debían citarse individualmente, que el caso escapaba a la jurisdicción del tribunal, que no se podía llevar a cabo el juicio sin el acusado presente o que no se podía demostrar que sus clientes estuvieran informados del juicio. Además, no pudieron ser excomulgados ya que carecían de alma, y nunca habían comulgado. Sin duda era un buen abogado.
Peor defensa tuvo un gallo transexual que puso un huevo, ya que ambos (abogado y gallo) acabaron quemados en la plaza del mercado, según cuenta la Petite Chronique de Bâle, o el enjambre de abejas condenado a muerte por haber asesinado a un vecino del condado de Worms (864). Por supuesto, algunas de estas historias que se encuentran frecuentemente por internet no tienen una base real.
Como ejemplo de esto último podemos ver un caso citasdo en las crónicas de Ambrose Paré (Monstruos y prodigios, publicado en España por Siruela en 1987), en el que una yegua parió cerca de Verona un potrillo con cabeza de hombre, a cuyos lamentos acudió un aldeano, el cual, horrorizado, lo mató a golpes allí mismo. El hombre fue llevado a juicio, pero lo absolvieron al considerarse que “el espanto le había cegado”.