Ni príncipes ni princesas… La verdadera leyenda de «La bella y la bestia»
La historia de La Bella y la Bestia es conocida por todo el mundo por la película infantil Walt Disney estrenada en 1991, aunque su origen se remonta al medievo y su historia real es algo más tétrica y escabrosa que la contada en la producción de dibujos animados. El cuento de la Bella y la Bestia dispone de muchas, muchísimas variantes pero encierra un mensaje moral universal para todas las generaciones, un pilar central que el tiempo no ha conseguido doblegar: Las apariencias engañan y una persona notable puede esconderse bajo una imagen bestial.
Su origen se basa en un relato puramente moralista de la Europa Medieval. Aquí no hay príncipes, ni caballeros cultos y galanes con los que bailar en una gran sala iluminada por candelabros. En absoluto. En esta historia hay hambre, muerte y piedad.
La historia empieza con tres hermanas, dos de ellas, son realmente malvadas, como no podía ser de otro modo y la tercera es utilizada para hacer las más penosas tareas, desde limpiar la casa, hasta prostituirse para que las hermanas obtengan rentabilidad por mantenerla en el hogar.
Cada noche es atada en una lóbrega habitación donde observa la vida exterior. Esa vida que jamás podrá tener porque a ella, se le ha vetado la libertad. Un día, asoma por esa ventana un leproso. Lleno de enfermedad y miseria le clama a esta muchacha algo de piedad, tiene mucha hambre y solo desea un simple mendrugo de pan.
Nuestra protagonista le invita a entrar, dejando que coja aquello que desee a cambio de que simplemente, le quite las cadenas que lleva al cuello y que sus hermanas le han puesto para que no escape. EL leproso accede. Quita las ataduras de la joven y después sacia su hambre.
Cuando las hermanas vuelven y ven sus alacenas vacías de comida, culpan a su hermana de haber robado. Puesto que la ven sin sus cadenas no dudan en culparla y en castigarla. Cruelmente, la azotan casi hasta la muerte y la encierran en el sótano cuando ya está agonizando.
Al día siguiente vuelve el leproso, se asoma por la ventana en busca de la muchacha que tan amablemente lo había ayudado. Pero no está. Preocupado, llama a la puerta y las hermanas, lo reciben con desdén y repugnancia al ver su aspecto. El mendigo leproso entra en la casa y se quita sus harapos, mostrándose ante ellas como lo que en realidad es: la propia Muerte.
Les explica a las hermanas malvadas que ha dejado el inframundo porque sabía de la existencia de una mujer enormemente desdichada, maltratada por sus propias hermanas. Y que ha decidido acudir a mundo terrenal para castigarlas, para llenar sus cuerpos de pústulas e inmundicia, de suciedad y enfermedad y ofrecerles la muerte más lenta y dolorosa posible, por hacer daño a tan noble mujer.
Una vez aplicado el castigo, la Muerte baja hasta el sótano para tumbarse junto a la muchacha que lo ayudó, ofreciéndole un descanso plácido y un paso al más allá lo más dulce posible…
Pasados varios siglos la aristócrata francesa llamada Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont asentó las bases del cuento tradicional que llegaría hasta nosotros, quien 1756 decidió recoger relatos clásicos europeos para publicar una especie de antología.
Se encontró entonces con el cuento de la Bella y la Bestia. Lo redujo a sus elementos más básicos, lo adornó y lo edulcoró de un trasfondo emocional donde no falta un final feliz. El leproso pasó a ser una bestia mitad humana-mitad animal, no un hombre deforme lleno de harapos, ni tampoco la muerte…