La Maldición de Tutankamón es un mito fomentado por la prensa y varios novelistas
Dice la creencia popular que quien moleste el sueño eterno de la momia de un Faraón del antiguo Egipto será castigado con una terrible maldición. O al menos eso era lo que aseguraban los exiguos medios de comunicación de principios del siglo XX tras el descubrimiento de las tumbas de los grandes faraones de la historia.
El caso más conocido es probablemente el de la Maldición de Tutankamón. En la década de 1920 el egiptólogo Howard Carter descubrió en egipto la que podría ser una tumba de 3.000 años de antigüedad sin saquear. Convenció a Lord Carnavon de que financiase su expedición y el desenterramiento de la tumba.
Hasta ahí todo normal, pero después comenzaron a morir algunos de los miembros de la excavación que estaban presentes durante la apertura del sarcófago. Cuatro meses después de la apertura Lord Carnavon fue picado por un mosquito en la cara, y al afeitarse se cortó la picadura. La herida se infectó y una pulmonía posterior acabó con él. Se dice además que la noche que murió, la ciudad de El Cairo (donde él se encontraba) quedó sin luz varias horas, y que su perro (que estaba en Londres) comenzó a aullar y murió esa misma noche. Varias personas más, como el hermano de Carnavon, el hombre que dio el último golpe al muro antes de entrar a la tumba, el que radiografió por primera vez la momia o la secretaria de Carter, murieron.
Y la prensa vio en ello una forma genial de vender periódicos, así que avivaron la noticia de cada una de las muertes. Escritores como Sir Arthur Conan Doyle se declararon creyentes de la noticia. Cuando se habló de la posibilidad de que las muertes se debieran a esporas de un hongo tóxico que se encontraba en la tumba (no era la primera vez que se encontraban hongos venenosos en tumbas antiguas cerradas) el propio Doyle sugirió que el hongo pudo haber sido dejado allí por quienes enterraron al faraón. Décadas después, en los años 60 y 70, varias piezas de la tumba que se encontraban en el Museo Egipcio de El Cairo fueron llevadas a exposiciones en distintos museos europeos. Los directores del museo de El Cairo murieron poco después de aprobar el traslado. La última «víctima» de la supuesta maldición fue Ian McShane, que se encontraba filmando una película acerca del faraón en los años ochenta cuando sufrió un grave accidente de conducción.
Se dice incluso que carter encontró en la antecámara de la tumba un ostracón de arcilla con la inscripción «La muerte golpeará con su bieldo a aquel que turbe el reposo del faraón». Sin embargo, esto no se menciona en las notas de carter, muy meticulosas en todos sus trabajos, por lo que se considera que es falso. Otra curiosidad es que en la momia del faraón se encontró una herida en el mismo lugar de la cara donde el mosquito picara a Carnavon.
Pero toda la historia de la maldición pierde fuelle contra un único dato: sólo ocho de las 58 personas presentes durante la apertura de la tumba o el sarcófago murieron durante los 12 años posteriores. Carter murió varias décadas después (a los 64 años de edad) y el médico que practicó la autopsia a la momia siguió viviendo hasta la avanzada edad de 75 años. Se sospecha que algunas de las muertes pueden explicarse debido a altas concentraciones de organismos patógenos en el aire de la cámara, como bacterias de los géneros Staphylococcus y Pseudomonas, así como los mohos Aspergillus niger y Aspergillus flavus. Todos estos organismos fueron encontrados en cámaras funerarias egipcias selladas. Cabe decir que aunque esos géneros de mohos no sean tóxicos, sus esporas pueden ocasionar daños pulmonares en altas concentraciones. Además, en el interior de los sarcófagos solían acumularse gases tóxicos debido al proceso de embalsamar a las momias, como amoníaco, formaldehido o ácido sulfhídrico. Cuando a Carter se le preguntaba acerca de la maldición, contestaba:
«Los antiguos egipcios, en lugar de maldecir a quienes se ocupasen de ellos, pedían que se les bendijera y dirigiesen al muerto deseos piadosos y benévolos… Estas historias de maldiciones, son una degeneración actualizada de las trasnochadas leyendas de fantasmas… El investigador se dispone a su trabajo con todo respeto y con una seriedad profesional sagrada, pero libre de ese temor misterioso, tan grato al supersticioso espíritu de la multitud ansiosa de sensaciones.»