Los «hombres torpedo» de la Segunda Guerra Mundial
La Segunda Guerra Mundial fue no sólo un combate armamentístico, sino también tecnológico e investigación. Alemania, por ejemplo, quería crear una bomba espacial, lanzada desde encima de la atmósfera con una nave, de la que hablaremos algún día no muy lejano. La mayoría de avances tenían que ser probados en el campo de batalla, ya que no había tiempo que perder y, si salía bien, podía ser un gran avance frente a los rivales.
Otro de los ejércitos que innovó fue el británico, con la invención del «torpedo humano», nuestro protagonista de hoy. Pero cabe puntualizar que no se trataban de kamikazes, puesto que se buscaba que los artífices salieran sanos y salvos.
Dicha técnica ha salido a la palestra de nuevo ya que Tony Eldridge, de 91 años, falleció en 2015. Él fue el soldado encargado de realizar el último ataque de esta índole en la Segunda Guerra Mundial, por el 1944. Con dicho ataque, se lograron hundir dos embarcaciones japonesas en las inmediaciones del puerto de Phuket, en Tailandia.
Aunque, ciertamente, la idea no fue del todo británica. A principios del siglo XXX, los italianos comenzaron a darle vueltas a la idea de crear una bomba tripulada. Esta se llevó a cabo en la década de los 20, momento en que la marina del país lo probó contra el imperio Astro-Húngaro. Posteriormente, fue adoptado por la Royal Navy, que los bautizaron como «Chariots».
La idea era crear un pequeño submarino (de 10 metros de largo y 1 de ancho) cargado con un explosivo magnético y tripulado por dos buzos con un aparatoso traje de submarinista. Éstos, tras salir de los buques principales (de noche principalmente, así eran más difíciles de ver) navegaban lentamente hacia su objetivo, depositaban la bomba, activaban el temporizador y volvían.
Corrían grandes peligros: el principal, el ser descubiertos; y llevar grandes cantidades de explosivos no te transmite mucha seguridad, que digamos.
El ataque de Tony Eldridge, ejemplo de perfección.
El 27 de octubre de 1944, nuestro protagonista y el suboficial Sidney Woollcott recibieron órdenes de asaltar el puerto tailandés ocupado por entonces por los japoneses. Éstos irían acompañados por otros dos tripulantes, que irían «embarcados» en los «Chariot» «Tiny» y «Slasher» respectivamente.
Las complicaciones pusieron en peligro la misión: había Luna llena, lo que facilitaba la posibilidad de ser descubiertos, y el buque objetivo estaba tan sucio que era casi imposible adherir los imanes. Finalmente, pusieron los explosivos en la quilla y temporizaron la explosión para que ocurriera seis horas después. Con esto, a las 6:32 de la mañana, el navío japonés voló, al igual que el objetivo de sus compañeros.
Dicho éxito fue reconocido por el gobierno británico, que les otorgó una condecoración por dicho acto… a través de correo.