Cuando Hitler ordenó destruir la Torre Eiffel
Y también la Catedral de Notre Dame
En agosto de 1944, el Tercer Reich contemplaba con pavor el irrefrenable avance aliado sobre París. Fue entonces cuando Hitler ordenó destruir la Torre Eiffel y todos los monumentos de París. La orden textual decía: «París no debe caer en manos del enemigo, salvo siendo un montón de escombros».
El gobernador militar impuesto en París por los nazis, Dietrich von Choltitz, rehusó cumplir la orden. Así lo contó él mismo, después. Durante la mañana del 25 de Agosto, cuando los aliados entraban ya a París, recibió una llamada de Hitler para hacerle una pregunta: «¿Arde París?». El gobernador decidió no obedecer. Por fortuna.
Las teorías sobre cómo Hitler planeaba destruir París si los Aliados pisaban la capital se cuentan por decenas. No obstante, parece que su plan se sustentaba sobre tres patas. En primer lugar, los soldados debían hacer estallar los puentes ubicados sobre el Sena que daban acceso a la capital. Después llegarían hasta la urbe las temibles bombas volantes V-2, los novedosos misiles que revolucionaron la Segunda Guerra Mundial tras sus hermanos pequeños, y los proyectiles arrojados por el gigantesco mortero Karl (de hasta 2.200 kilogramos de peso).
«Era un mortero de asedio de seiscientos milímetros, capaz de lanzar un proyectil a casi siete kilómetros de distancia y que debía transportarse sobre raíles debido a su tamaño», explica Juan Pastrana Piñero en «Operación Fall Blau».
Los monumentos que quería destruir
Por si fuera poco, y tal y como señala Robert Bevan en «The Destruction of Memory: Architecture at War – Second Expanded Edition», también se planeó hacer saltar por los aires mediante explosivos los monumentos de la capital. Cuando Hitler ordenó destruir la Torre Eiffel, símbolo de la ciudad desde que fue levantada en 1887, pensó en otros objetivos. También estaba establecido acabar con el Arco del Triunfo, los Inválidos, el Palacio de Luxemburgo, las calles ubicadas en los alrededores de la Plaza de la Concordia o la Casa de la Ópera. El autor afirma en su obra que, por descontado, Notre Dame sería también una de las elegidas para sufrir este triste destino.
La historia del arte agradece que esta locura no se llevó a cabo. Pero nunca sabremos lo cerca que estuvimos de perder siglos de historia, a causa de la locura.