Cuando el tabaco salvaba vidas
Durante el Renacimiento, la introducción de plantas americanas tales como el tabaco, mescal, curare… significó un aumento considerable de los conocimientos sobre el mundo vegetal y sus aplicaciones medicinales. Francisco Hernández de Toledo (1514-1578), el médico de Felipe II, fue pionero en el cultivo tabaco en la Península. Poseía una sólida formación intelectual y científica y una mentalidad abierta a las novedades.
No fue casual que un médico fuese el primero en cultivarlo ya que, además del placer de fumarla, esta planta, según científicos de aquella época, proporcionaba una lista interminable de propiedades medicinales: aliviaba migrañas y dolores de artritis, combatía parásitos intestinales, relajaba…
En 1560 Jean Nicot, embajador francés en Portugal, introdujo el tabaco en la corte francesa. De hecho, la planta del tabaco nicotiana, usada además como una planta de jardín, debe su nombre a él, así como también el alcaloide conocido como nicotina. Desde Francia el consumo de tabaco rápidamente, se extendió por toda Europa, sobre todo en forma de rapé (tabaco molido para aspirar).
A mediados del siglo XIX el enema de humo de tabaco se utilizó ampliamente en la medicina occidental. Este procedimiento médico, consistía en una insuflar humo de tabaco por el ano y se convirtió en una herramienta contra muchas enfermedades, incluyendo dolores de cabeza, insuficiencia respiratoria, calambres estomacales, resfriados y la somnolencia.
En 1746, Richard Mead, el médico del rey Jorge II de Gran Bretaña, aconsejaba el tratamiento de los enemas de humo de tabaco como un estimulante respiratorio para reanimar/resucitar a las víctimas, sobre todo, de ahogamiento. En la década de 1780, la Royal Humane Society instaló equipos de resucitación, incluyendo enemas de humo, en varios puntos a lo largo del Támesis.
Según un informe de 1835, los enemas de tabaco fueron utilizados con éxito para tratar el cólera durante la «fase de colapso». Los ataques contra las teorías que rodeaban la capacidad del tabaco para curar las enfermedades comenzaron a principios del siglo XVII, pero fue en 1811, cuando el científico inglés Benjamin Brodie demostró que la nicotina podía restringir la circulación de la sangre.
Este hallazgo conllevó una rápida disminución en el uso de humo de tabaco en la comunidad médica. Ya mediados del siglo XIX, sólo un pequeño grupo de médicos ofrecían el tratamiento.