¿Cómo se descubrieron los electroshocks?
No es fácil olvidar la imagen de Jack Nicholson en «Alguien voló sobre el nido del cuco» sometido a electroshocks sin anestesia previa como castigo a su mal comportamiento en un centro psiquiátrico. Y es que a pesar de que existen prácticas médicas realmente escalofriantes, ninguna ha tenido tan mala fama como la Terapia Electroconvulsiva (TEC). Y no es porque sí, puesto que su origen está marcado por historias tan curiosas como truculentas. A continuación te las contamos.
La relación entre las enfermedades mentales y las corrientes eléctricas tiene su origen en la epilepsia, una condición del sistema nervioso que causa cambios breves, repentinos y repetidos en la actividad eléctrica normal del cerebro. Esos cambios se conocen como ataques o episodios epilépticos, comúnmente llamados convulsiones.
A principios del siglo XX, el húngaro Ladislas Joseph Von Meduna observó que los pacientes esquizofrénicos nunca presentaban ataques epilépticos y viceversa, parecía no haber pacientes epilépticos con esquizofrenia. A raíz de esta observación, el médico, erróneamente, concluyó que esquizofrenia y epilepsia eran dos enfermedades antagónicas, es decir, que no podían coexistir en el misma persona… fue entonces cuando decidió inducir ataques epilépticos artificiales en pacientes con esquizofrenia. Para este fin utilizó alcanfor, un veneno utilizado para eliminar las polillas. Joseph nunca entendió porque (pues epilepsia y esquizofrenia no son, en realidad, incompatibles) pero el caso es que, sorprendentemente, algunos pacientes mejoraron.
Posteriormente se sustituyó el alcanfor por el pentilentetrazol (Cardiazol), un fármaco cuyos efectos secundarios no eran tan graves. Aún así, los convulsiones inducidas por este fármaco, eran brutales: un 40 % de los pacientes que habían sido tratados con este fármaco, sufrieron graves lesiones en la columna vertebral debido a la fuerza de las convulsiones.
La teoría de Joseph (las crisis epilépticas curarían la esquizofrenia), dio lugar a otras técnicas para inducir convulsiones:
- Malarioterapia. En 1927 se concedió el Premio Nobel, por primera y única vez, a un médico psiquiatra: Julius von Wagner-Jauregg. Tuvo la idea de inyectar a enfermos mentales sangre procedente de enfermos de malaria, una enfermedad infecciosa caracterizada por fiebres muy altas. Su objetivo era provocarles convulsiones febriles para así poder tratar su trastorno mental. La mayoría de pacientes mejoraron y la práctica de inocular estos parásitos en enfermos mentales se extendió.
- Sobredosis de insulina o shock hipoglucémico. El médico Manfred Sakel, en 1933, inyectó «accidentalmente» sobredosis de insulina a algunos de sus pacientes y observó que inducía convulsiones y coma (debido a la falta de glucosa). Sakel empezó a practicar este método en pacientes con esquizofrenia. Les inducía el coma y luego los reanimaba suministrándoles glucosa de nuevo. Durante este ensayo muchos pacientes murieron, otros quedaron ciegos y otros, por motivos desconocidos, mejoraron. Nijinsky, el bailarín, fue el primer esquizofrénico tratado con éxito con insulina.
Y con este panorama terapéutico resulta un poco menos extraña la iluminación del neurólogo Ugo Cerletti, quien cuando visitó un matadero de Roma, presenció cómo los carniceros inmovilizaban con electroshocks a los cerdos que, presos del pánico, no paraban de agitarse. De esta forma, podían proceder a cortar sus gargantas más fácilmente. Concretamente, utilizaban unas tenazas que en sus puntas tenían discos metálicos conectados a la corriente eléctrica, un artilugio que el neurólogo decidió ensayar en sus pacientes psiquiátricos más agitados.
Tras realizar experimentos con animales, comprobó que las convulsiones producidas por descargas eléctricas podían ser controlables y predecibles. El primer TEC en un paciente humano fue realizado en abril de 1938, en un paciente esquizofrénico con alucinaciones, delirios y confusión. Las series de sucesivos TEC llevaron al paciente a un estado de normalidad. Luego vinieron muchos más, todos sin anestesia.
Así, después de retorcimientos y algunos daños en huesos y músculos a causa de la tensión, Cerletti y su colega Bini documentaron que los pacientes sometidos a electroshocks mejoraban.
La «terapia convulsiva» con sustancias químicas (pentametilentetrazol, insulina, incluso alcanfor) era mucho más peligrosa. Así que, en este sentido, aunque parezca mentira, la utilización de descargas eléctricas controladas representó una humanización de los tratamientos.
Y así fue como en una época en la que los fármacos dejaban mucho que desear, una terapia tan traumática se difundió rápidamente por todo el mundo. En 1940, el procedimiento fue introducido en Inglaterra y los Estados Unidos y en los ’50 terminó de consolidarse en casi todos los otros países.
Max Fink, reconocido psiquiatra y profesor de psiquiatría, declaró en el Comprehensive Psychiatry , en 1978, que «las principales complicaciones del TEC son la muerte, el daño cerebral y de memoria y las convulsiones temporales», aunque también cree que «ha salvado muchas vidas».
Otros usos
Los electroshocks se aplicaron tanto a enfermedades mentales graves como a niños con síndrome de Down e, incluso, a presos como método de castigo para reconducir su conducta. En este sentido, el electroshock no fue una terapia sino una técnica disuasoria y una forma de tortura contra individuos que amenazaban el statu quo de la sociedad. He aquí algunos ejemplos:
- La Organización Mundial de la Salud la incluía la homosexualidad entre su lista de enfermedades mentales hasta 1990. Hasta mediados del siglo XX, los intentos médicos de «curar» la homosexualidad han incluido tratamientos quirúrgicos como lobotomía o electroshocks.
- Mientras que la sociedad siempre ha aceptado cierto grado de locura en los hombres artistas como una excentricidad característica de su genialidad, el criterio fue muy diferente a la hora de juzgar a las mujeres. A muchas de aquellas que querían ser artistas o que simplemente, no querían ser amas de casa, se las encerraba en hospitales psiquiátricos y se les aplicaba electroshocks. Casi siempre en contra de su voluntad y bajo la tutela de sus familias: padres o maridos que aceptaban el consejo de psiquiatras animados por los avances de la nueva ciencia.
Y suma y sigue. Así, la mala fama de los electroshocks se debe tanto a sus efectos secundarios, como a su utilización indiscriminada. Actualmente, en la mayoría de países, los electroshocks se aplican con anestesia y se dosifican con mayor precisión; además, su uso se ha restringido (al menos legalmente) a pacientes con enfermedades mentales que no responden a la medicación. Según los médicos, su uso está indicado para personas con depresión grave con riesgo de suicidio, para los típicos cuadros catatónicos (inmovilidad física) de los pacientes con esquizofrenia y casos agudos de manía con crisis de agresividad.
El mecanismo de acción general de la TEC sigue siendo desconocido, aunque se piensa que está relacionado con sus efectos sobre varios neurotransmisores (incremento sináptico de noradrenalina, serotonina, GABA y b-endorfinas).