Antoine Lavoisier, el científico decapitado
Por una diferencia de opiniones
Antoine Lavoisier fue un científico genial. Fue electo miembro de la Academia de Ciencias de Francia en 1768 cuando tenía solo 25 años. Fue por su trabajo en geología y su plan para proveer luz a las ciudades grandes. Determinó que cuando los metales se calientan, no se vuelven más ligeros (como se creía), sino más pesados. Y argumentó que eso se debía a que se combinan con un componente del aire. Un gas al que llamó oxígeno.
En la década de 1780, Lavoisier usó su teoría del oxígeno para construir un marco completamente nuevo para la química. Aclaró qué es un elemento químico: una sustancia, dijo, que no puede reducirse a nada más simple. Estaba formulando algo que cambiaría la historia de la química. Para siempre.
Recopiló una lista de no menos de 33 de estos elementos, y desarrolló métodos para dividir compuestos químicos en sus elementos componentes y calcular las proporciones relativas de cada uno.
Además, presentó el sistema moderno de nombres que permite que las ecuaciones químicas se puedan escribir en un lenguaje universal que se entienda en todo el mundo.
Lavoisier expuso todo esto en un libro de 1789 titulado «Traité elementaire de chimie» o «Tratado elemental sobre química», que sentó las bases para el futuro de esa ciencia.
Caída en desgracia
Pero estalló la Revolución. Los aristócratas y los recaudadores de impuestos fueron considerados enemigos del pueblo.
Antoine Lavoisier era ambas cosas y no se salvó. Incluso a pesar de ser un admirado científico y -en su otra profesión- uno de los pocos liberales que había intentado agresivamente reformar el sistema tributario.
Según varios historiadores, la gota que rebasó la copa fue la denuncia del político revolucionario Jean-Paul Marat.
Marat habían nacido el mismo año que Lavoisier, estudió medicina y viajó por Europa.
En la década de 1770, era un doctor conocido, residente en Londres, que atendía a la aristocracia. Ya era políticamente activo. En 1774 publicó «Las cadenas de la esclavitud», atacando el despotismo.
En 1777, se fue a Francia y fue médico del conde de Artis, hermano del rey Luis XVI. Quien luego sería coronado como el rey Carlos X.
Practicar medicina con la aristocracia era rentable. Pero Marat renunció en para convertirse en científico.
La enemistad
Confiado en que la Academia de Ciencias de París, de la cual Lavoisier era un miembro exaltado, lo reconocería como un científico vanguardista, presentó un ensayo sobre la luz. Lo acompañó de numerosos experimentos. Muchos de los cuales apuntaban a invalidar las teorías ópticas sobre el color de Isaac Newton.
La Academia Francesa designó una comisión de científicos para su evaluación, que incluía a Lavoisier. También al entonces embajador estadounidense. Un tal Benjamín Franklin.
Nueve meses más tarde, la comisión llegó a la conclusión de que los experimentos que replicaron «no prueban lo que el autor imagina que prueban«. Decidió que «no los consideraban aptos para la aprobación o asentimiento de la Academia«.
Las esperanzas de Marat de que lo aceptaran como un par se desvanecieron. Fueron reemplazadas por un profundo rencor contra la Academia de Ciencias de París. Y, particularmente, contra Lavoisier, el más vocal de los miembros de la comisión.
Pero no pudo hacer mucho hasta que estalló la Revolución y se convirtió en una figura poderosa.
Fue entonces que se centró en el químico, haciendo circular folletos denunciando su ciencia, sus antecedentes y todas sus actividades.
Adoptó además la filosofía de «si no puedes unirte a ellos, véncelos», liderando un movimiento para disolver la Academia de Ciencias.
Poco a poco, volvió a su partido y al público contra Lavoisier. Justo cuando la Revolución comenzó a tornarse seriamente peligrosa.
«A moi, ma chère amie!»
El 13 de julio de 1793, Marat estaba escribiendo mientras estaba en su bañera, que le servía como escritorio improvisado cuando la incomodidad de una afección crónica de la piel lo limitaba al baño.
Mientras trabajaba, su esposa le informó que tenía una visitante llamada Charlotte Corday. Ella dijo tener información confidencial sobre un grupo de girondinos fugitivos. Así despertó el interés de Marat.
Los girondinos eran una rama moderada de revolucionarios que estaban a favor de la disolución de la monarquía. Pero se mantenían en contra de la dirección violenta que había tomado la Revolución a manos de los jacobinos, como Marat.
Al final de la conversación, Corday, una simpatizante encubierta de Girondin, extrajo inesperadamente un cuchillo y lo enterró en el corazón de Marat.
Dicen que sus últimas palabras fueron: «A moi, ma chère amie!» o «¡A mí, mi querida amiga!».
Corday fue arrestada. Aunque en el juicio se defendió diciendo que mató «a un hombre para salvar a cien mil», fue condenada y murió en la guillotina a la edad de 24 años.
El fin del genio
Como amigo íntimo de Marat y compañero jacobino, el pintor Jacques-Louis David estuvo encargado de planificar el funeral y pintar su escena de muerte.
El asesinato de Marat lo convirtió por un tiempo en mártir. Sus amigos y aliados mantuvieron vivo su rencor contra Lavoisier y lo arrestaron.
Mientras estuvo cautivo, Lavoisier le escribió a un primo:
«He tenido una carrera decentemente larga y, sobre todo, feliz, y creo que mi memoria será acompañada de algunos lamentos y, quizás, alguna gloria. ¿Qué más se puede desear? Este asunto probablemente me salvará de la inconveniencia de la vejez. Moriré con buena salud«.
En 1793 fue tildado de traidor al Estado y sentenciado a muerte.
El 8 de mayo de 1794 Antoine Lavoisier fue a la guillotina.
Aunque quizás sea una historia apócrifa, a menudo se cuenta que cuando los logros científicos de Lavoisier fueron puestos a consideración como una razón para perdonarlo, el jefe del tribunal respondió: «La República no necesita de sabios».
«Les bastó solo un instante cortar su cabeza, no bastará un siglo para que surja otra igual«, dijo el matemático ítalo-francés Joseph-Louis Lagrange.