Las bacterias: entre la esperanza y el temor absoluto
El futuro de las bacterias y el cómo afrontarlas es una incógnita. El miedo a que creen una resistencia que ya no se pueda combatir con ningún medicamento comparte protagonismo con nuevas investigaciones, que buscan atacar a las zonas donde las bacterias tienen más dificultades para mutar, como la membrana.
También, hay otras investigaciones bastante sorprendentes; una de ellas es la realizada con leche materna. Hacia varios años, se identificó un compuesto, a partir de proteínas y grasas, llamado HAMLET (alfa-lactoalbúmina humana). Se encontró que este compuesto mataba las células cancerosas sin tener ningún efecto sobre las células sanas cercanas, introduciéndose en las células malignas y destruyendo la mitocondria, el «motor» de todas las células. Sin embargo, HAMLET no podría entrar en las células sanas, lo que significa que eran insensibles al compuesto.
Yéndonos unos millones de años atrás, se cree que las mitocondrias fueron, alguna vez, algún tipo de bacterias que formaron una relación simbiótica con otro tipo de bacterias. Así pues, ¿HAMLET funcionaría sobre las bacterias? Sí, se ha probado y funciona; sin embargo, su efecto no es universal.
Para acabar con las bacterias, HAMLET se une a la membrana bacteriana; en un proceso químico, cambió el pH, variando el transporte de calcio dentro de la célula, asesinando a las bacterias.
Ahora bien, ¿te imaginas morir por un pequeño corte en un dedo? Pues este hecho está cerca de dejar ser algo hipotético, si seguimos resistiendo a los antibióticos; las bacterias y otros microbios son, cada vez, menos sensibles a los fármacos antimicriobianos, y se acerca una importante amenaza global para la cual no se sabe cuándo estaremos preparados.
Y no es que de repente nos hayamos vuelto locos. Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha presentado 13 bacterias que tienen que ser «prioridad global» en su investigación a cómo han causado incrementos en la enfermedad y mortalidad. Por lo tanto, es importante realizar nuevas investigaciones como las de más arriba.
Tengamos en cuenta algunos hechos: la industria farmacéutica no ha descubierto una gran «remesa» de nuevos antibióticos desde 1987, y gastarse millones de dólares en nuevos fármacos no es lo que más les apetece. Esto se debe a que los nuevos fármacos podrían dejar de lado a ciertos medicamentos específicos que aún están por vender. Un argumento más es que la mayoría de las infecciones no suelen ser crónicas y el tratamiento solo dura en torno a los diez días, algo que reduciría drásticamente las ventas y la recuperación de las inversiones.
Así que el futuro se torna incierto; de momento solo sabemos una cosa, y es que debemos de dejar de sobreexplotar el uso de los antibióticos, y ceñirnos a las dosis que nos recetan los expertos.