El pescado recién pescado no tiene mal olor, pero su carne presenta unas proteínas que se descomponen rápidamente ante enzimas y bacterias, lo que provoca el mal olor
El pescado absolutamente fresco no huele a pescado, es decir, no tiene ese olor que le asociamos. Tal vez un aroma a frecor, a mar, nada desagradable. Pero al cabo de un par de horas de haber sido pescado, su carne empieza a descomponerse y es entonces cuando empieza a oler “a pescado”.
La carne del pescado presenta unas proteínas (distintas a las de las carnes rojas) que se descomponen más rápidamente al sufrir la acción de enzimas y bacterias. Y es el olor de la descomposición de los aminoácidos la que resulta característica por una notable presencia de amoníaco y otros aminos, compuestos a los que nuestro olfato es especialmente sensible.
Pero esta olor no significa que el pescado esté necesariamente en mal estado, pues se percibe mucho antes de que el consumo de su carne sea desaconsejable. Simplemente que cuanto más huele menos fresco es.
Por ello los pescadores cubren de inmediato el pescado con hielo y es transportado en cámaras frigoríficas hasta el punto de venta en donde también se usa el hielo. Éste no solamente disminuye la temperatura evitando la descomposición, sino que evita que el pescado se seque.