Amigdalitis en el pie
Un caso de amigdalitis visto como esguince
Algunas veces vamos a un especialista que toma decisiones basándose en evidencias ciertas, pero insuficientes para emitir un diagnóstico. La carencia de materiales, la presencia de evidencias contradictorias, la inconsistencia de los síntomas frente a lo que dice el paciente, o la imposibilidad de realizar una prueba por limitaciones de cualquier índole, deberían ser un motor que motive a profundizar en una determinada prescripción. Un ejemplo de errores de diagnóstico se hace presente en la historia que describo a continuación.
Era un 30 de diciembre. Yo había estado aprovechando las festividades navideñas en distintas presentaciones del grupo gaitero La Nueva Grey, de Venezuela, y ese día me desperté bastante tarde. Quería recuperar fuerzas para recibir el año nuevo. Salí un rato, y cuando regresaba a mi casa sentí un fuerte dolor en el pie izquierdo. Me era muy incómodo manejar. Cuando casi llegaba a mi casa vi a mi hermano por la calle. Lo detuve y le pedí que manejara él para comprar algunas cosas, ya que yo no podía seguir conduciendo el vehículo. Mi hermano me llevó al hospital de Los Teques, en el Estado Miranda.
Un médico hizo determinadas pruebas con mi pie, y me informó que no tenían material para realizarme una radiografía, pero que los síntomas eran de un esguince a la altura del tobillo. Me preguntó que había estado haciendo, y yo le dije que bailando. Dijo que posiblemente había sido un mal movimiento, y que me colocaría un yeso para inmovilizar la articulación.
Me fui con el yeso puesto, y así amanecí el día 31. Me preparé a recibir el año nuevo con mi bota blanca y en reposo.
El primero de enero me seguía el dolor en el pie, y comencé a sentir un leve malestar en todo el cuerpo. El dos de enero tenía fiebre, además del dolor. Entonces bajamos hasta la atención de emergencia en el hospital de Lídice, en Caracas.
La doctora que me atendió comenzó a interrogarme mientras yo casi no podía mantenerme parado en un solo pie por el dolor que sentía. Ella me decía que si me habían diagnosticado un esguince yo debía atender al reposo y esperar. Yo le decía que el dolor seguía y que me extrañaba la fiebre. Me percaté de que una cama clínica estaba disponible y me acosté en ella diciéndole a la doctora que siguiera su indagación pero conmigo acostado. Esto pareció enojarla más, y me dijo que si el médico no me había hecho ni siquiera una radiografía era porque estaba totalmente seguro del diagnóstico del esguince. Yo le respondí que el médico no había tomado la radiografía porque no tenía los materiales. La doctora, pese a su desagrado, ordenó a una enfermera que me quitaran el yeso.
Cuando la enfermera me quitó el yeso se notó una zona cercana al tobillo roja, inflamada y caliente. La enfermera, al apenas verlo, indicó que eso no se trataba de un esguince. La doctora lo vio y señaló un pequeño roto que yo tenía en el empeine. Entonces me recetó un antibiótico y me dijo que me fuera a mi casa a guardar reposo. En cuanto a la dolencia, me dijo que era una cortada en el pie lo que me había causado la infección, y por eso la fiebre. No hubo mayores respuestas.
El proceso febril se mantuvo durante seis días, al igual que la inflamación y el dolor. Yo no tenía ánimos de hacer nada.
El séptimo día, cansado ya de mi situación, conversé con mi hermana, Maygualida, para que planteara mi caso ante el médico con el cual ella trabajaba, el doctor Iván Albán, médico e investigador de excelente reputación y calidad humana.
En la tarde de ese día, cuando mi hermana regresó del trabajo, me dijo que la opinión del doctor Albán era que se trataba de un esguince. Ahora más preocupado, le pedí que me acompañara a la consulta del doctor.
Llegamos a la consulta, y el doctor estaba llenando unos documentos. Apenas me vio, me saludo, y me dijo que él no sabía nada de la coloración de mi pie. Me ordenó acostarme en la camilla de su consultorio, y me dijo que esperara un momento mientras terminaba lo que estaba haciendo.
A los pocos momentos se levantó de la silla, y se dirigió a un estante donde tenía una de esas linternas a las que se adapta una paleta de madera para introducirla en la boca del paciente. Asombrado, lo miré mientras él se dirigía a mi persona. Se acercó y me pidió que abriera la boca. Me examinó la garganta, y luego me dijo que habíamos terminado. Le pregunté por mi pie, y simplemente me dirigió un “ah, sí”, mientras lo tocaba al retirarse hacia su escritorio.
Entonces me dio su diagnóstico: Amigdalitis.
Mi sorpresa fue acompañada de todas las inquietudes que le manifesté, de mi incredulidad y de la preocupación de no encontrar respuesta a mi dolencia.
El doctor me expresó que las infecciones de amigdalitis son provocadas por “los estreptococos beta hemolíticos del grupo A”, los cuales atacan las amígdalas generando la infección en la garganta. Me dijo que el torrente sanguíneo y las medicaciones reducen o eliminan la infección. Pero que si no eran tratados o contenidos, los estreptococos viajaban por la sangre pudiendo alojarse en diversos sitios como articulaciones, bazo o corazón, dando lugar a diversas enfermedades dependiendo del sitio en el que se alojaban. En mi caso se habían ido a las extremidades. Ante mi incredulidad, puso de testigo a Maygualida, diciendo que si tenía fiebre al día siguiente a las 10 de la mañana, podía ir a reclamarle con toda confianza.
A las 10 de la mañana del día siguiente estaba yo en su consulta dándole gracias por haber recuperado mi salud. Le referí que yo había leído que la reducción del torrente sanguíneo era aprovechada por los estreptococos para migrar a otras partes del cuerpo, en algo denominado “dolor de reposo”, y le pregunté por qué no me habían funcionado los antibióticos recetados por la doctora. Me explicó que la doctora que me atendió hizo la suposición de que la infección era por una cortada, y por tanto el tratamiento no era el indicado para esa infección.
Cabe destacar que un año más tarde, sufrí las consecuencias de la infección, lo cual se reflejó en el examen denominado ASTO. Aún hoy, pasados más de veinte años, la humedad del ambiente me genera malestar ocasional en la zona del tobillo.
Hoy agradezco esa mentalidad científica del Dr. Iván Albán, su perspicacia y perseverancia al enfocarse en los detalles y en el todo al mismo tiempo, y creo que lo pienso cada vez que dudo entre tomar un reposo y continuar la actividad cotidiana.