Parásitos y microbios, ¿son capaces de controlar nuestro comportamiento?
Desde los inicios de la civilización, numerosos han sido las investigaciones en psicología y filosofía para comprender y explicar cómo nos comportamos. Pero, ¿y si hay elementos exteriores que influyen? A medida que la ciencia ha avanzado, se ha ido descubriendo la influencia de los parásitos y las bacterias en el comportamiento humano, pudiendo comenzar a comprender la forma en que, también, se forman nuestras sociedades.
El control mental es una real y frecuente amenaza para los seres humanos. Ya sabemos que es utilizado por muchos organismos en todo el reino animal y lo importante que es para la transmisión y reproducción de diversas especies parásitas. El hongo Cordyceps, por ejemplo, infecta a las hormigas antes de hacerlas viajar a la parte superior de las copas de los árboles, donde mueren. luego, el hongo se reproduce y sus descendientes flotan hasta el suelo del bosque para infectar a más hormigas.
Los gusanos nematomorfos, por su parte, parasitan a los grillos y hacen que estos se suiciden en el agua, donde viven estos gusanos. Los parásitos trematodos infectan a los caracoles para que cambien sus «ojos» de color (rojo, azul, amarillo…); así, un pájaro puede verlo a distancia y lo caza, haciendo que el trematodo pueda completar su ciclo de vida en el intestino del ave.
Estos hechos no sólo se restringen a los invertebrados, y los seres humanos no son una excepción. Habiendo aprendido cómo modificar el entorno y, por ende, controlar también ciertas especies animales, comenzamos a tener contacto con ratas, ratones y gatos, y con ellos un peligro oculto: el parásito protozoario Toxoplasma gondii.
Aunque este parásito no puede completar su ciclo de vida en los humanos, puede infectarlos a través de las heces de gato (o mediante carne cruda). El porcentaje de personas que se estima que están infectadas en todo el mundo es de entre un 30 y un 40%. Francia tiene un nivel de infección de un 81%, Japón el 7%, y EE.UU. el 20%.
El T. gondii hace cosas extrañas a ratas y ratones para asegurarse de que entren en contacto con los gatos. Pierden su inhibición al aroma que emiten los felinos y su orina; se vuelven más «exploradores» y pasan más tiempo en la luz del día. Pero suceden cosas más extrañas cuando los humanos entran en contacto con este parásito: los hombres tienen más riesgo de sufrir un accidente de tráfico, por ejemplo, puesto que su comportamiento es más arriesgado; también son más agresivos y celosos.
Las mujeres, por su parte, son más propensas a suicidarse si están infectadas. Incluso se ha sugerido que el T. gondii podría estar involucrado en el desarrollo de la demencia, del trastorno bipolar, el tastorno obsesivo-compulsivo y el autismo. Incluso hay evidencias de que las personas que sufren de esquizofrenia tienen niveles elevados de anticuerpos contra el T. gondii.
Pero, ¿cómo es posible que un organismo tan diminuto tenga tales reacciones en un cuerpo tan grande? La respuesta esta todavía por descubrir, pero hay resultados tentadores que muestran que el parásito influye en los niveles de neurotransmisores como la dopamina. Suelen encuentran quistes en todo el cerebro de la persona infectada, en lugares tales como la amígdala, que se ha demostrado que tiene el control de la respuesta al miedo en las ratas.
Curiosamente, un desequilibrio en los niveles de dopamina se cree que es una característica de las personas que sufren de esquizofrenia. El análisis del genoma del T. gondii ha descubierto dos genes que codifican la tirosina hidroxilasa, una enzima que produce un precursor de la dopamina, llamado L-DOPA. Y hay evidencias exprimentales que apoyan que esto ocurre de verdad: en primer lugar, los niveles de dopamina son altos en ratones infectados de este parásito, y los comportamientos derivados del T. gondii se reducen si se administra el antagonista de la dopamina, el haloperidol.
Los controladores microbianos
Pero hay otros «titiriteros» más pequeños. Recientemente, hemos podido demostrar que los microbios (tan abundantes en nuestro cuerpo, ya que hay ocho células microbianas por cada célula en nuestro organismo) pueden influir en nuestro comportamiento.
Esta microbiana no solo regula la digestión y descomposición de alimentos, sino que también puede hacernos más susceptibles a enfermedades como la diabetes, el cáncer o el asma.
Peor recientemente se ha demostrado que los microbios intestinales descomponen los alimentos que pueden afectar a la producción de la serotonina, un neurotransmisor, en el colon y la sangre, lo cual puede afectar a los comportamientos comunicativos como la ansiedad y el nerviosismo. En el futuro, quizá exista la posibilidad de tratar la ansiedad o la depresión con la adminsitración de una microbioma «sana».