Los humanos y el frío. ¿Cómo responde el cuerpo?
Está allí, lo sentimos, pero pareciera que lo único que se puede hacer es abrigarse. O tomar algo caliente. Es el frío, sí. Somos animales homeotermos. Somos capaces de mantener la temperatura corporal constante cuando llega el frío. Para eso, necesitamos reponer el calor que se pierde, mediante el metabolismo. Hoy hablaremos de la relación entre los humanos y el frío.
Respondiendo metabólicamente
Los mamíferos tienen dos formas de responder a la bajada invernal de temperatura. Se puede aumentar el aislamiento con el exterior. O elevar la actividad metabólica para producir más calor que compense la mayor pérdida. Es decir, elevar el metabolismo del cuerpo moviéndolo.
Respecto a lo primero, hay varias formas con las que un mamífero puede modificar su aislamiento:
- Cambiar la postura corporal para exponer una menor superficie al exterior.
- Limitar la circulación sanguínea en la periferia de las extremidades, aunque se enfríen, reteniendo el calor en los órganos vitales.
- Actuar sobre el pelaje para aumentar el grosor de la capa de aire que aísla la superficie del cuerpo del exterior.
Por debajo de ciertas temperaturas estas respuestas no bastan y hay que gastar más energía mediante el aumento del metabolismo. Por eso es importante contar con alimento abundante cuando llega el frío. O en su defecto, con depósitos de reservas.
De África con amor
Los seres humanos somos especiales. Somos homeotermos, sí, pero nuestra especie surgió en África. Nuestro linaje homínido es africano. Evolucionamos en la sabana y muchas de nuestras características son claro reflejo de nuestra procedencia.
Durante esa evolución nos quedamos prácticamente desnudos. Desarrollamos una gran capacidad para sudar y refrigerarnos de una manera muy eficiente al evaporar el sudor sobre la superficie corporal. Tanto, que el desplazamiento a zonas frías nos obligó a ciertos cambios. Como vestir ropas con una capacidad de aislamiento adecuado a la temperatura de cada zona.
A pesar de eso, la vida en lugares verdaderamente fríos ha exigido esfuerzos adicionales considerables. Se requiere calefacción, vestir ropas de abrigo y conseguir el alimento necesario para comer más. Cuando los sensores de temperatura que tenemos repartidos por diferentes lugares del cuerpo detectan la bajada térmica, informan al hipotálamo, una estructura nerviosa en el interior del encéfalo.
Este responde dando las órdenes debidas, tanto al sistema endocrino como al nervioso. Ciertas órdenes provocan cambios en la circulación sanguínea periférica y en la disposición del pelaje. Así aumenta el grado de aislamiento. Otras elevan la actividad metabólica. En esos ajustes intervienen hormonas como la adrenalina, la noradrenalina y las tiroideas. Ellas provocan un aumento del metabolismo.
Los humanos y el frío
Quienes tienen grasa parda, presente en distintas cantidades en casi todos los mamíferos incluido el ser humano, llevan ventaja. Este tejido tiene la única función de producir calor. Llegado el caso, también tiritamos.
Los mamíferos de zonas frías están, lógicamente, bien adaptados a la vida en entornos helados. Una cría de oso polar mantiene su metabolismo constante hasta 0⁰ C, y se estima que solo llegaría a multiplicarlo por tres a 60 ⁰C bajo cero. Los zorros árticos, perros esquimales y demás grandes mamíferos árticos prácticamente no necesitan elevar su metabolismo salvo a temperaturas verdaderamente extremas, como 25 o 30 ⁰C bajo cero.
Los seres humanos no hemos dejado de ser primates de sabana, por lo que todo esto nos sale muy caro. Los humanos y el frío no se llevan bien. Un individuo desnudo empieza a elevar su metabolismo al descender la temperatura de 26 ⁰C, aproximadamente, y a 8 ⁰C lo triplica.