El cerebro que se conservó 2600 años en el barro
En la ciudad de York, en el Reino Unido, apareció algo muy interesante. Un… cerebro. También los restos de la cabeza que lo contenía, por supuesto. Lo curioso es que el dueño de ese cerebro murió hace más de 2 mil años. Fue decapitado. No se conocen las razones. Su cabeza fue rápidamente enterrada en un suelo rico en arcilla. Y allí permaneció hasta 2008, momento en el que investigadores del York Archaeological Trust hallaron el cráneo. Al estudiarlo, apareció la sorpresa: un trozo de lo que parecía el cerebro del hombre se encontraba en su interior. Un hallazgo muy raro, ya que se trata de uno de los órganos que primero se degrada tras la muerte. ¿Cómo era posible? Así empezó la historia del cerebro que se conservó 2600 años en el barro.
El jinete sin cabeza
Los primeros estudios mostraron que se trataba de la cabeza de un hombre entre 26 y 45 años de edad. Se hallaron evidencias de un golpe en las vértebras del cuello y pruebas de que después le cortaron el cuello con un cuchillo pequeño y afilado. Por su parte, el conocido como cerebro de Heslington (por la ciudad donde lo encontraron) presentaba sus característicos pliegues y surcos. Algo muy extraño, ya que no conservaba otros restos que aguantan mejor el paso del tiempo. Nada de piel, carne o cabello. Por el contrario, las grasas y las proteínas del tejido cerebral se unieron entre sí para formar una masa de grandes moléculas complejas. Esto dio lugar a la contracción del cerebro. Se hizo un 80% más pequeño de lo que era cuando estaba vivo.
El estudio se publicó en la revista « Journal of the Royal Society Interface». Se descubrió que dos proteínas estructurales, que actúan como los «esqueletos» de las neuronas y los astrocitos, estaban más apretadas en el cerebro hallado en York. Comparando durante un año la composición del cerebro de Heslington con otro de un sujeto muerto recientemente, hallaron que las proteínas del cerebro que se conservó 2600 años en el barro eran más estables que las de los cerebros modernos.
¿Cómo «sobrevivió» ese cerebro?
Estas proteínas no siguieron el curso normal de degradación. ¿Por qué? Quizá un elemento externo intervino en la descomposición. Se sugiere que no había nada particularmente especial en este órgano, sino que algo en el medio podría haber detenido los procesos químicos que normalmente descompondrían estas proteínas.
Probablemente nunca sepamos la causa concreta. Pero estas conclusiones podrían ayudar a conocer mejor el desarrollo del envejecimiento cerebral y las enfermedades que afectan a estas proteínas, como el Alzheimer.
Así, una cabeza decapitada hace 2600 años puede decirnos algo todavía.