La actriz que dormía en un ataúd; Sarah Bernhardt
Un día como hoy nació la actriz francesa más famosa de todos los tiempos. Fue considerada la voz de oro del teatro francés. Además de bella, tenía un don de gentes que conquistaba de inmediato a quienes la veían. Era también la actriz que dormía en un ataúd. Su nombre era Sarah Bernhardt.
Fue la que mejor interpretó las obras de Shakespeare. En pleno siglo XIX fundó su propia compañía de teatro. Sigmund Freud, el gran padre del psicoanálisis, había colocado una inmensa foto de Sarah Bernhardt en la entrada de su consultorio para animar a los pacientes que acudían a verle.
Coleccionaba amantes, perros y loros, y poseía, en su apartamento de la rue de Rome, en París, un ataúd donde dormía o repasaba sus papeles. Sarah Bernhardt (1844-1923), era nieta de un ocultista e hija de una prostituta de lujo. Poseía, en su apartamento de la rue de Rome, en París, un ataúd donde dormía o repasaba sus papeles.
El miedo escénico
Su debut tuvo lugar el 1 de septiembre de 1862, en el Théatre Français de París, donde experimentó, por primera vez, ese miedo escénico del que nunca se desprendió: «Descendí temblando, titubeante, me castañeaban los dientes. Y cuando llegué al escenario, se alzó el telón. Este telón que se elevaba lentamente, solemnemente, parecía un velo desgarrado para dejarme entrever mi futuro». No se equivocaba.
En 1871, su trabajo en el teatro del Odeón le brindó la oportunidad de conocer al gran Víctor Hugo. «Había escuchado hablar desde mi infancia de él como de un rebelde, de un renegado. Y sus obras, que había leído con pasión, no me impedían juzgarlo con una gran severidad. (…) Tenía, sin embargo, el gran deseo de interpretar «Ruy Blas»». Se sucedieron otros grandes papeles; uno de ellos, interpretado por primera vez en 1874, quedó para siempre retratado por Marcel Proust.
La actriz que dormía en un ataúd
Lo cierto es que Bernhardt no se guardó de mencionar algunas de las anécdotas más polémicas de su biografía en sus memorias: por ejemplo, contando que, en uno de sus apartamentos, tenía, junto a «su gran cama de bambú», un «ataúd, en el que me instalaba a menudo para aprenderme mis papeles. Así, cuando mi hermana venía a mi casa, me parecía natural dormir cada noche en esa pequeña cama de raso blanco que debía ser mi último catre». También mencionaba a alguno de sus numerosos amantes, como el ilustrador Gustave Doré; y a la pintora Louise Abbéma, a la que, dicen, le unía algo más que una buena amistad.
Bernhardt murió en 1923, luego de la Primera Guerra Mundial. Quizá una última anécdota, contada por su nieta en 1973, sirva para iluminar un poco más su personalidad nerviosa, temperamental. «Se recuerda la respuesta de Sarah Bernhardt a una actriz célebre, que hablaba de sus papeles poco más o menos lo mismo que, como niña tonta, hablaba yo de mis lecciones.
—¿Cómo puede ser, madame Sarah —le dijo a mi abuela—, sentir temor? ¡Yo no lo siento nunca!
Y mi abuela respondió:
—Hija mía, ya lo sentirá cuando tenga talento».