Los elefantes no suelen padecer cáncer, y ahora sabemos su secreto
Durante años, los expertos han intentado descubrir por qué los elefantes tienen la suerte de, casi, no contraer cáncer. Una nueva investigación sugiere que esta capacidad implica resucitar un gen de los muertos y asignarle la tarea de matar células.
Los experimentos, realizados por investigadores de la Universidad de Chicago, revelaron el mecanismo detrás de esta extraña habilidad de los paquidermos, ayudándonos a entender mejor el enigma, conocido como la paradoja de Peto: cuantas más células tenga un animal, más posibilidades habrá para desarrollar un tumor.
Dentro de cualquier especie, esto parece ser cierto: las razas grandes de perro parecen tener una mayor predisposición al cáncer que las más pequeñas, por ejemplo.
Pero cuando se comparan animales de diferentes especies, el concepto se derrumba. No existe una correlación entre el volumen del cuerpo de un animal o su vida útil relativa y la posibilidad de que aparezca cáncer entre todas esas células. Nombrada en honor al epidemiólogo Richard Peto, esta paradoja ha confundido a los biólogos durante décadas.
Los elefantes son un ejemplo de estos casos en que más células no quiere decir más probabilidad de padecer cáncer. En 2015, los investigadores estimaron que su tasa de mortalidad por tumores se situaba entorno al 5%, en comparación con el 11 al 25% que ocurre en humanos.
En este estudio también se encontró una pista potencial de la potencia de los elefantes contra el cáncer: un gen llamado TP53. Al igual que la mayoría de los genes que luchan contra el cáncer, produce un producto que detecta daños en el ADN y le dice a la célula que lo arregle o que muera.
La mayoría de los mamíferos tienen dos copias del genoma. Los elefantes tienen veinte, lo que sugiere que están bien preparados para detectar la amenaza del cáncer temprano y actuar en consecuencia en cualquier momento.
Debido a que la vida de los elefantes es difícil de analizar, el genetista Vincent Lynch y su equipo tomó una aproximación conveniente de la genética de estos animales al tomar muestras de tejido tanto de elefantes como de parientes diminutos como el manatí y el hiracoideos, atacándolos con carcinógenos que dañaban al ADN de la célula.
«Las células de los elefantes simplemente morían, eran completamente intolerantes al daño del ADN; como morían tan temprano, no hubo riesgo de que se volviera canceroso», afirma el experto.