El primer ataque con gas de la historia
La Primera Guerra Mundial estalló debido al asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, perpetrado el 28 de junio de 1914 en la ciudad de Sarajevo por un estudiante nacionalista serbio. Un mes después, a las once de la mañana del martes 28 de julio del mismo año, el ministro de Exteriores austrohúngaro, el conde Leopoldo Berchtold, comunicaba la declaración de guerra al Gobierno serbio a través de un telegrama.
En 1914, los europeos pensaban que la guerra sería corta. Pero los generales, que habían estudiado las guerras napoleónicas para predecir qué podría ocurrir, estaban equivocados en su enfoque inicial del enfrentamiento: se acababa de desencadenar la guerra más importante del mundo moderno.
La Primera Guerra Mundial es una de las manchas más grandes en nuestra historia como humanidad. Pero dentro de lo malo, se avanzó mucho tecnológicamente, tratando así de anteponerse en una carrera logística que tendría gran importancia en el transcurso de la batalla: la conquista de los cielos, por ejemplo, ya que la «Gran Guerra» supuso la puesta en marcha de todo tipo de ingenios para dominar este nuevo campo de batalla. Otros avances fueron el lanzallamas, el disparo con temporizador, el desarrollo del transporte ferroviario (sobre todo en España), o mejoras en el mundo médico, como las transfusiones, operaciones u ortopedias.
Pero hoy nos gustaría centrarnos en un aspecto evolutivo en la batalla: el uso de gas. Fue una importante innovación militar, con gases que iban desde el lacrimógeno a agentes incapacitantes como el mostaza, u otros más agresivos como el fosgeno, que era letal.
Ypres fue la localidad que estrenó este dudoso hito histórico. 22 de abril de 1915: los alemanes buscaban romper las líneas aliadas cerca de la ciudad belga, más concretamente en la localidad de Langemarck; las trincheras francesas estaban defendidas con tropas traídas de las colonias africanas y los alemanes pusieron en práctica su táctica: a las 17:00 horas, aprovechando una ligera brisa dirección este, se abrieron 5.730 depósitos de cloro, creando una niebla verdosa que sorprendía a tropas y habitantes. Esa sorprendente nube con olor a piña y pimienta, y con un fuerte sabor metálico (como recuerdan los veteranos), producía un fuerte dolor en la garganta que hizo huir a los africanos: los alemanes salían victorioso de este movimiento, creando un vacío de 7 kilómetros en el frente.
Pero el éxito fue momentáneo. Los alemanes, temerosos del gas expulsado y sin refuerzos que pudieran garantizar una exitosa batalla, no supieron dar un paso al frente que les hubiera supuesto un movimiento estratégico clave en el desarrollo de la guerra.
Este acto tan sólo abrió la Caja de Pandora: el gas comenzó a usarse por ambos bandos creando una nueva competición, tratando de conseguir gases más eficaces y máscaras más aislantes.
Según los cálculos más generalizados, se estima que unos 85.000 soldados murieron y 1.176.500 personas fueron afectados por el ataque con gases. Gran parte de ellos en el frente ruso.