Esta tortura es especialmente curiosa, ya que antes de comenzar drogaban al condenado con opio, para que fuera capaz de soportar el dolor en vez de desmayarse.
Era atado a un poste, y se comenzaba a realizarle múltiples cortes no letales, empezando por los muslos y el pecho, siguiendo por manos y brazos y acabando por las piernas.
Los cortes cada vez son más profundos y dolorosos, y hasta se arrancaban trozos de su piel que eran expuestos al condenado, el que estaba sufriendo una tortura tanto física como emocional, ya que no era capaz de estar totalmente consciente debido a la droga pero si sentía el tremendo dolor.
Para acabar con la vida del condenado lo normal era la decapitación o la extracción de un órgano vital mientras aún estaba consciente, lo que le obligaba a ser testigo de lo que ocurría.
Esta tortura se usó hasta principios del siglo XVIII, y solía estar dirigida a siervos que matasen a sus amos o a cualquiera que matase a alguien que estuviera por «encima» de él.
