Las estatuas egipcias sin nariz
¿Qué misterio hay detrás?
Durante varias décadas ha sido un misterio sin resolver. Expertos y entusiastas de Antiguo Egipto se lo preguntan. ¿A qué se deben las estatuas egipcias sin nariz? No es solo el paso del tiempo: es un trabajo sistématico. ¿Quién lo hizo?
Egipcios iconoclastas
La respuesta con más credibilidad en este momento se resume en una palabra: iconoclasia. Es decir, «ruptura de imágenes». Para los antiguos egipcios las estatuas eran el punto de contacto entre los seres divinos y los terrenales.
Creían que las imágenes podían albergar un poder sobrenatural. Lo explica Edward Bleiberg, curador de arte egipcio del Museo de Brooklyn. Dice para la palabra «escultura» significa literalmente, «algo creado para vivir». Mientras que un escultor es «alguien que le da vida».
Los objetos que representaban la forma humana podían ser ocupados por un dios o un humano que había fallecido. Así podían actuar en el mundo material. Una vez ocupadas, las imágenes tenían poderes que podían activarse a través de rituales. Y también podían desactivarse mediante un daño deliberado.
¿Pero, por qué hacerlo? Las razones eran muchas. Podía ser la furia y resentimiento contra enemigos a quienes se quería herir en este mundo y el próximo. O el terror a la venganza del difunto que sentían los ladrones de tumbas. El padre de Tutankamón, Akenatón, gobernó entre 1353-1336 a.C. Quiso que la religión egipcia girara en torno a un dios, Aten, una deidad solar. Se enfrentó a un ser poderoso: el dios Amón. Su arma fue la destrucción de imágenes.
No solo los dioses quienes podían habitar las imágenes, sino también los humanos fallecidos. Eso podía ser preocupante. Particularmente si eres alguien poderoso y no te conviene que el pasado te haga sombra. Y las luchas de poder a menudo dejan cicatrices.
Práctica común
La destrucción de representaciones de deidades o humanos era muy común. Según el egiptólogo Robert K. Ritner, suponía una preocupación constante en el Antiguo Egipto. Un decreto real del Primer Período Intermedio (circa 2130-1980 a.C.) lo confirma.
Cualquier persona en toda esta tierra que haga algo dañino o perverso a sus estatuas, losas, capillas, carpintería o monumentos que se encuentran en los recintos de cualquier templo, Mi Majestad no permitirá que su propiedad ni la de sus padres permanezca con ellos. Ni que se una a los espíritus de la necrópolis. Ni que permanezca entre los vivos.
Las mutilaciones tenían entonces la intención de coartar poder. Y eso podía lograrse de diferentes maneras. Podías impedir que los humanos representados hicieran las tan necesarias ofrendas a los dioses. ¿Cómo? Quitándoles el brazo que comúnmente se utilizaba para tal tarea: el izquierdo. Si preferías que el dios no los escuchara, le quitabas a la deidad sus orejas. ¿Quieres cortar la comunicación? Separar la cabeza del cuerpo era una buena opción. Pero quizás el método más efectivo y expedito para hacer realidad tus deseos era quitarles la nariz.
«La nariz era la fuente del aliento, el aliento de la vida. La forma más fácil de matar al espíritu interior es asfixiarlo quitándole la nariz», explica Bleiberg.
Un par de golpes con martillo y cincel, y problema resuelto. Esto explica las estatuas egipcias sin nariz.