Las huellas de hace 13 mil años
Los mejores detectives saben seguir las huellas. Mientras más recientes son, más fácil es su rastreo. ¿Y si tienen miles de años? Ardua labor, que la Universidad de Bournemouth asumió en el paraje de Arenas Blancas, en Nuevo México (EE. UU.) Ahora es un desierto. Pero hace unos 10.000 años, al final del Pleistoceno, aquellas dunas eran un vergel de la naturaleza. Y allí, alguien dejó unas huellas que perduran hasta hoy. Las huellas de hace 13 mil años.
Dejando rastros
No solo había cientos de animales allí en ese tiempo. También había humanos, los que dejaron su huella… literalmente. Se fosilizaron en el lecho seco y hoy cuentan historias a los científicos que las buscan. Relatos como el de una mujer que cargó con dificultad a un niño durante más de un kilómetro y medio. Era una carrera frenética hasta no se sabe muy bien dónde. Horas después, regresó. Pero sola. ¿Qué pudo ocurrir?
Lo investigó u equipo internacional liderado por Matthew Robert Bennett y Sally Christine Reynolds. Se publicó un estudio al respecto en « Quaternary Science Reviews». Los investigadores hallaron este rastro en la llamada cuenca de Tularosa. Estos rastros concretos llamaron la atención de los científicos por varios motivos. Tenían una extensión de 1,5 kilómetros (la caminata antigua más larga jamás registrada). Y los pasos apenas se desviaban del camino. Es decir, los trazos indicaban que quien llevó a cabo este paseo tenía claro su destino. Era de ida y vuelta: el mismo par de huellas retornaba por el mismo camino de forma paralela.
El suelo cuenta aún más cosas: estaba mojado y resbaladizo, según muestran las marcas. Y, además, el trayecto se hizo de forma apresurada. A unos 1,7 metros por segundo (una caminata tranquila suele entre 1,2 o 1,5 metros/segundo). Había más datos misteriosos. En algunas zonas, a los dos pares de huellas grandes se sumaban otros más pequeños. Probablemente de un niño de unos dos años como mucho. Tal vez el porteador (madre o adolescente) se cansó durante el trayecto y bajó al pequeño al suelo para que caminara por sí mismo. Analizaron la presión ejercida por las huellas. A la ida, la persona llevaba un peso extra, mientras que a la vuelta las huellas eran más livianas.
Múltiples historias
Lo explican en un artículo publicado en « The Conversation». Durante esta apresurada caminata, la persona se cruzó con un perezoso. Y con un mamut que ni siquiera reparó en la presencia de aquellos viajeros.
«Las huellas cuentan una gran historia. ¿Qué estaba haciendo este individuo solo y con un niño, moviéndose tan deprisa?». Tal vez buscaba algún tipo de ayuda. «¿Estaba enfermo el niño? ¿O se lo estaba devolviendo a su madre? ¿Llegó una tormenta rápidamente y tomó por sorpresa a la madre y al niño? No tenemos forma de saberlo. Es fácil dar paso a especulaciones de las que tenemos pocas pruebas», terminan los investigadores.
«La gente que vivió en la cuenca de Tularosa dejó muy pocas pruebas de su estancia aquí. Esto contrasta con las áreas circundantes, llenas de artículos dejados por los pueblos antiguos. El lecho del lago Otero parece estar casi desprovisto de un solo artefacto que date de antes de la exploración española en el siglo XVI. Y mucho menos de la edad de hielo», apuntan. Por ello, conocer cómo vivía la gente de esta época, aunque sea a través de las propias marcas de sus pies, es tan importante.
De hecho, otras huellas del mismo lugar muestran grupos de humanos acechando a un perezoso gigante. Se han hallado pies de varios niños jugando y saltando entre pisadas de animales gigantes. Las huellas de hace 13 mil años son un verdadero misterio. Un misterio digno del mejor detective del mundo.