El baobab, un árbol que alberga leyendas.
Entre la rica flora endémica de la isla de Madagascar resaltan los baobabs, del género Adansonia. Estas plantas tienen un tronco con forma de botella, donde almacenan grandes cantidades de agua (puede almacenar hasta 120.000 litros de agua) y una copa inconfundible formada por un penacho de ramas cortas, gruesas y poco ramificadas. El baobab es un árbol de hoja caduca, que sólo tiene follaje en los meses de verano; el resto del año, sus ramas permanecen desnudas. Los botánicos han contabilizado en la isla malgache siete especies de baobabs.
Es uno de los árboles emblemáticos de la isla africana, y como muchas especies vegetales, su origen encierra una leyenda. Cuentan en África que el baobab era uno de los árboles más bellos del continente, admirado por todos por su follaje y flores. Su vanidad creció tanto que los dioses lo castigaron, enterrando sus ramas y dejando a la vista sus raíces. En efecto, parece un árbol invertido que, con sus ramas extendidas en orden anárquico, pretende implorar el perdón de los dioses.
En los pueblos africanos, la infusión de hoja de baobab se utiliza para aliviar las picaduras de insectos, llagas y otras inflamaciones cutáneas. Tribus como los Dogones de la Falla de Bandiagará (Malí) aprovechan su corteza para fabricar cuerdas.
La pulpa del fruto, harinosa y ácida, es comestible y se usa para hacer bebidas refrescantes, parecidas a limonadas se elabora con él una bebida refrescante. Por su parte, los elefantes lo encuentran simplemente irresistible, no sólo para comerlos en cuanto están creciendo como plantas verdes, sino además para comer la suave madera de su tronco socavándolos con sus colmillos y trompa.
El aceite de la semilla, que se extrae moliendo el núcleo de esta, lo aplican sobre quemaduras, abrasiones o hematomas, para aliviar el dolor.